domingo, 13 de noviembre de 2011

CHILE - CAP 3/8: Traficando huevos

Santiago de Chile, Chile - domingo, 13 de noviembre de 2011

Es interesante escuchar a la tripulación y al propio capitán de la aeronave decir "esperamos que disfruten su vuelo"  porque la pregunta inmediata sería ¿a partir de qué cantidad de horas de vuelo uno aprende a disfrutar del viaje en avión?  En mi caso en particular, en algún punto no identificado de mi vida, más que comenzar a disfrutarlo, comencé a aceptarlo como un medio de transporte más y eso me permite relajarme lo suficiente como para leer o dormir sin estar pendiente de las bofetadas que el viento le da a la estructura del avión.

Estábamos ya volando pareja y tranquilamente en lo alto y sin embargo yo no podía salir del susto que me había provocado la posibilidad de perder el avión en el que finalmente me encontraba.  Me dolía la cabeza e intentaba convencerme a mi misma de que ya todo había pasado, que ya podía olvidar ese episodio, pero éste volvía a repetirse una y otra vez en mi mente como un largometraje.

Comencé entonces a recordar la última vez que había estado en Chile: Santiago de Chile, Valparaíso, Viña del Mar, Reñaca.  Y recordé que aquella vez, hace como 15 años atrás, habíamos ingresado a Chile por tierra y nos habíamos encontrado con un estricto control sanitario en relación a los alimentos que transportábamos.  Deduje que esta vez podría ocurrir lo mismo y no me equivoqué.

En cierto momento, el capitán de la aeronave anuncia que estamos a punto de cruzar por sobre La Cordillera de los Andes, lo cual debe leerse entre líneas como: “estamos a punto de cruzar una zona turbulenta”.  De pronto desde el techo del avión, unos pequeños paneles LCD con ruido a robot, se despliegan hacia abajo y comienzan a proyectar una propaganda acerca de ciertas prohibiciones migratorias en pos de proteger su prestigio y posicionamiento en el mercado mundial. La propaganda se centraba principalmente en la prohibición del ingresar al país con alimentos de origen animal y de origen vegetal ya que esto podía poner en riesgo la sanidad agrícola y forestal del país.  

Unos minutos más tarde, una azafata me entrega una especie de "declaración jurada" donde debo declarar si estoy transportando alimentos de origen animal o de origen vegetal en mi equipaje.  Hice un recuento rápido en mi mente de las pocas cosas alimenticias que esta vez estaba transportando (justamente por este mismo motivo) y concluí que debía declarar el paquete de yerba para mate que llevaba en la mochila... y en cuanto recordé la mochila, recordé por asociación LOS DOS HUEVOS!!!

Había despachado la mochila grande en la bóveda del avión y me había olvidado de sacar los huevos que había guardado de apuro en el bolsillo superior y ahora estaba a ingresar a un país para quien este descuido mio significaba un riesgo sanitario nacional!!!  Aterrizando con dos huevos duros en la mochila, estaba poniendo en riesgo no sólo el prestigio económico del país sino que estaba poniendo en riesgo a todo el sistema agrícola y forestal chileno!!!  En este contexto eran más peligrosos mis dos huevos de gallina que una pepita de uranio!!!

Y lo peor del caso es que tanto la propaganda como la declaración jurada decían que si uno transportaba este tipo de productos, el costo de la multa a pagar superaba ampliamente el dinero que yo transportaba en mi bolsillo con lo cual, estos dos huevos duros se habían transformado rápidamente en mi mochila en los míticos y famosos "huevos de la gallina de oro": la multa superaba incluso ampliamente su propio valor.

¿Qué hacer en un momento como este?  Bueno, eso fue lo que yo también me pregunté.  Lo primero que se me ocurrió fue apurarme para recibir mi mochila lo antes posible.  Una vez que la tuve en mis manos -y con ella a los dos huevos-, busqué un baño como para entrar y tirarlos, pero, no había baño alguno.

Como segunda opción busqué directamente un tacho de basura en el hall, pero tampoco había tacho alguno a mi alrededor.  Caminé por el hall hacia la máquina de rayos x con mi mochila en la espalda hasta que unos metros antes de la máquina divisé un tacho y cuando pude acercarme unos metros más, junto al tacho divisé un cartel que decía algo así como "Su última oportunidad.  Deposite aquí sus alimentos".  Era ahora o nunca.  Me quedé junto al tacho, me desprendí la mochila, la coloqué en el piso y cuando estaba abriendo el bolsillo donde transportaba los huevos se me acercó un hombre de seguridad y me preguntó:

-¿Qué lleva ahí señorita?

Y un ataque de sincericidio se apoderó de mi.
-Nada, llevo dos huevos... iba a comerlos en la cena y me los olvidé en la mochila... ahora los estoy por tirar...  porque no quiero tener problemas...

Tomé la bolsa transparente, con los huevos envueltos en servilletitas de papel blanco y mientras se los mostraba entre mis manos, a plena luz, delante de todas las cámaras de seguridad, le dije con toda seriedad algo que sonaba cómico pero que era literalmente real:
-por favor, no quiero que me acusen de traficante de huevos

La frase me salió del alma, en un tono entre congojo y preocupación.  El tipo se cubrió la cara con las manos de la risa que le provocó la situación y para empeorar la comicidad del momento me preguntó si lo huevos venían crudos o cocidos!!!  En ese momento sentí que me sacaba un peso de encima, era como estar confesando un pecado y por el recurso al ridículo, estaba obteniendo el perdón.  Por suerte, nos terminamos riendo los dos y finalmente me dejaron pasar los huevos por migraciones por haber viajado hervidos.

Terminé mis trámites y ya en el hall principal, a la espera de mi segundo vuelo, decidí la mejor de todas mis jugadas: me comí la evidencia... me comí los dos huevos.-



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