sábado, 9 de septiembre de 2000

ARGENTINA: La Gran Nevada

San Carlos de Bariloche, Argentina - sábado 9 de septiembre de 2000


Tenía que preparar un examen de alemán, así que decidí irme a pasar unos días al hostel de Bariloche que había conocido en mi viaje anterior: una cabaña en medio de un pinar frente a Playa Bonita, a medio camino entre el centro y Llao Llao.
 

El paisaje desde la ventanilla
Tenía planeado un ingreso a Bariloche en micro desde el norte de la ciudad, arribando desde la provincia de Neuquén por la ruta Nº 237.  Todo iba tranquilo en el viaje salvo por el clima, que en el último tramo del camino, venía desmejorando.  El camino sobre la cordillera era cada vez más alto y el paisaje se volvía cada vez más inhóspito, hasta que el frío se convirtió directamente en nieve.  El paisaje por la ventana del micro era una enorme planicie blanca donde no se distinguían las formas.  El micro continuó igualmente su camino con mucha cautela hasta que finalmente no se pudo avanzar más.  Estábamos varados en medio de la montaña, a unos pocos kilómetros de Piedra del Águila, nosotros y una caravana enorme de vehículos, camiones, ómnibus y autos, que serpenteaban coloridos sobre el camino cubierto por la nieve blanca.


Si bien en el micro estábamos protegidos de lo que ocurría en el exterior y calentitos gracias a la potente calefacción, mi mayor preocupación era la falta de señal de celular para poder avisar a mi familia que estaba bien.  Así pasé el resto de la tarde, en un micro que se había convertido en mi carpa virtual.  Cuando finalmente cayó la noche decidí bajar del micro a observar la ruta.  En medio de un frío profundo, el paisaje totalmente oscuro la montaña, cual arbolito de navidad, estaba iluminada por una guirnalda de decenas de luces blancas, amarillas y rojas pertenecientes a los vehículos varados uno detrás del otro en la ruta.  Como en un escenario de teatro, el cono de luz blanca del micro hacía visibles las pequeñas partículas de nieve que garabatean piruetas entregadas al viento.



Más tarde me enteraría que estaba en medio de una nevada sin precedentes y que por ese mismo motivo se encontraba inoperable el aeropuerto de San Carlos de Bariloche así como también estaban cortadas en forma preventiva siete de las rutas de la zona debido a las temperaturas bajo cero, al viento blanco de 160km/hora y a la cubierta de hielo que cubría los caminos.  Cientos de turistas habíamos quedado varados en los caminos y en los aeropuertos.  No era época de nieve y sin embargo se habían acumulado más de dos metros de estos simpáticos copitos en el Cerro Catedral.  Gendarmería y Vialidad Nacional trabajaban incesantemente para poder ayudar a controlar la situación.


Al amanecer, el paisaje gélido se había vuelto más dinámico, cadenas en las ruedas, topadoras y máquinas viales trabajaban para despejar la ruta de su manto blanco permitiendo reactivar el tránsito en horarios restringidos a plena luz del día.


 
Llegamos finalmente a la ciudad de San Carlos de Bariloche después de dos días de viaje y de haber pasado dos noches durmiendo en el micro, una transitando el primer trayecto y otra varada por la tormenta de nieve.  Con una sensación térmica de -10º C (diez grados bajo cero), cuando descendí del micro, toda su luneta frontal estaba cubierta por una guirnalda de estalactitas: el agua chorreada había quedado completamente congelada, inmóvil y paralizada a medio camino en su huida, como evidencia palpable de nuestra permanencia en las alturas blancas.   (Estuve a punto de tomarle una foto pero me sentí “cholula” y me fui sin ella... hoy estoy totalmente arrepentida porque son recuerdos únicos e irrepetibles).


 
La nieve había invadido incluso el centro de la ciudad donde calles y veredas eran una mezcla de nieve, agua y barro indistinguible y donde los techos eran el trampolín perfecto para aquellas gotas de agua que lentamente se desprendían de las estalactitas de hielo.  Era imposible caminar con un calzado normal sin resbalarse.  Yo llevaba puestas zapatillas así que lo primero que hice fue acercarme a una zapatería a buscar un calzado más acorde con la situación: así fue como compré mi primer par de botas de trekking.  Obviamente que la elección era netamente utilitaria, no había mucha disponibilidad de modelos, incluso todos ellos eran masculinos y no había tampoco disponibilidad de números así que terminé comprando el calzado masculino de apariencia más linda y talle más pequeño… así y todo, era dos números más grandes que mi horma habitual.
 
No estoy saliendo a esquiar, estoy saliendo a comprar pan y leche.


Si bien la nieve, para quien sólo la visita una vez cada tanto, es una llamativa y singular atracción que se disfruta con suma alegría, tener que lidiar diariamente con ella le hace perder todo su encanto.  Vivir en una zona con nieve constante implica que uno deba ponerse el “traje de nieve” incluso cuando quiere salir a comprar el pan: pantalón impermeable, botas, gorro, campera…  Vivir en zona con nieve constante implica mojarse hasta las rodillas al caminar sobre la nieve, resbalar al caminar sobre el hielo o empantanarse en el barro producto de su deshielo.  Sobre cualquiera de las tres superficies sobre la que uno elija caminar, termina inevitablemente sucio y mojado. 








Villa Catedral
La contracara del temporal fue la gran acumulación de nieve en los principales centros de sky que permitió la extensión de la temporada invernal, así que era obligada una visita a Villa Catedral, en la base del Cerro homónimo.


 
Los días en el hostel transcurrían con mucha calma puesto que con tanta nieve cayendo constantemente era imposible salir a hacer nada, así que primaban las actividades hogareñas y las charlas.  Recuerdo una tarde que queríamos cocinar algo rico y calentito para acompañar el mate y yo les propuse hacerles unas galletitas cuya receta muy simple lleva entre sus ingredientes agua helada y en vez de eso, les dije que llevaba “nieve”.  Al principio pensaban que era una broma pero después me creyeron y salieron todos a buscar nieve blanca, limpia y fresca como ingrediente para cocinar.  Obviamente que cuando la mezclé la nieve con el resto de los ingredientes pasó rápidamente a estado líquido y se integró al resto de la masa como “agua helada” tal como decía la receta, sin embargo, en la imaginación de todos, eran galletitas de nieve las que salían del horno para acompañar el mate.

En el hostel conocí a un francés sumamente meticuloso con los horarios y con los idiomas, a quién seguiría viendo en viajes posteriores.  Fuimos amigos durante mucho tiempo.  Él era de Lyon, una ciudad en las afueras de París, sin embargo, odiaba París y amaba Buenos Aires.  Decía que lo que más le gustaba de esta ciudad era asomarse en pleno centro por la ventana y ver un sinfín de edificios de concreto rectangulares… gustos son gustos!!!  Pero terrible era cuando quería practicar castellano y entonces preguntaba si para decir tal o cual cosa necesitaba usar el pluscuamperfecto… todavía lo recuerdo caminando conmigo por Recoleta mientras él iba conjugando verbos para que yo lo corrigiera!!!


Como cierre de este viaje quería tomarme una revancha y volver a Esquel para intentar hacer nuevamente el trayecto turístico de La Trochita que no había podido fotografiar en mi viaje anterior.  Así fue que me fui un par de días hacia esa ciudad pero cuando llegué a la boletería me encontré con la noticia de que en esa época el trayecto turístico se hacía sólo en determinados días y no me fue posible abordarlo.  Sin mucho más para hacer, ya que no era temporada alta turística, me sumé en una camioneta a un recorrido fugaz que armó la dueña del hostel por algunos de los paisajes principales de la zona pero que estaban completamente desiertos de toda visita humana.  Queda todavía entre mis planes pendientes el poder hacer el recorrido completo en ese legendario tren.-


Satelital Cerro Catedral