lunes, 18 de abril de 2011

PERU - CAP 15/15: Lima y Él

Lima, Perú — lunes, 18 de abril de 2011

"Déjame que te cuente limeño,
déjame que te diga la gloria, 
del ensueño que evoca la memoria
del viejo puente, del río y la alameda.

Déjame que te cuente limeño,
ahora que aún perfuma el recuerdo,
ahora que aún se mece en un sueño
el viejo puente, el río y la alameda."


La Flor de la Canela - Vals Peruano - Chabuca Granda

Uno se vuelve fácilmente adicto al azúcar rubio del Perú, a su té con aroma a especias y a su manjar blanco, un dulce de leche color té con leche.   También uno se acostumbra a saber que camina sobre una zona sísmica.  Recuerdo mi primer día en Lima, cuando llegué al hostel, el cartel verde con una gran “S” indicando “zona segura en caso de sismo” me intimidó.  Unas horas más tarde volví a verlo en pleno zoológico, en el Parque de las Leyendas, y me sentí como que estaba caminando sobre terreno minado… temí estar ahí, temí haber elegido esa ciudad como destino de mis vacaciones, una ciudad que marcaba a cada paso el espacio seguro para resguardarse en caso de sismos.  Tengo pavor a los sismos y sin embargo uno se acostumbra también a eso, a esa idea y a los carteles señalizando las vigas de la estructura de las construcciones y los espacios abiertos.

Después de 6 horas de espera en el aeropuerto de El Cusco, he regresado a Lima.  Pero Lima ya no es la misma porque yo ya no soy la misma mujer que hace dos semanas atrás transitaba anonadada por estas calles.  Esta vez puedo ver a Lima con otros ojos: con calma, con la sorpresa del dejarme llevar, del dejarme deslumbrar por aquel paisaje colonial que me espera detrás de cada esquina, por un farol que luce tímido, por un balcón de celosía.
También es otra mi manera de encarar esta semana, es una semana que no tengo planes de nada, más que compartir mi tiempo libre con él.  Sólo dejarme llevar, a la deriva, a nuevos lugares o al mismo lugar de siempre, pero caminando a su lado.  Mi primer semana en Lima era muy estructurada, era una carrera contra el tiempo, necesitaba conocer y recorrer la ciudad y a eso le impregné un ritmo similar al que traía de Buenos Aires.  Paraba en un barrio lejos de todo y para movilizarme hacia cualquier parte necesitaba necesariamente tomar un taxi.  Así que para minimizar este gasto a sólo dos taxis por día, uno de ida y otro de vuelta, partía temprano en la mañana hacia algún museo (al cual llegaba incluso antes de que abriera sus puertas al público) con mi mochila cargada de víveres y provisiones para todo el resto del día.   Cuando terminaba mi visita, aprovechaba para ir al baño y me quedaba a almorzar en alguna plaza en los alrededores del museo y luego destinaba la tarde a conocer ese barrio.
Ahora es totalmente diferente.  Ya no tengo planes de museo alguno, ni hambre de conocimientos académicos, sólo tengo una conexión especial, desde el sentimiento, hacia Lima y hacia Él.  Tampoco necesito movilizarme en taxi por tres buenas razones: (1) porque ya no me queda dinero para hacerlo (2) porque esta vez me instalé en Miraflores, un distrito sumamente turístico, a unas 10 cuadras del Océano Pacífico, donde tengo todo lo que necesito y lo que no necesito a mi alcance (3) porque esta vez, conociendo ya las avenidas principales, puedo movilizarme en los buses locales.
Él, que es algo más que un simple amigo, tal vez un compañero de vida, me enseñó los tips básicos para movilizarme en bus: (1) uno paga por lo general un importe menor al que figura en la lista de precios y distancias (2) si te muestran la palma de la mano abierta cuando estás por subir, significa que pagás $0.50 (3) el pago del boleto no se realiza necesariamente al subir, sino en cualquier momento del viaje, incluso antes de bajar (4) para subir le pegás unos golpecitos en la carrocería (5) para bajar hay que gritar “baja, baja, baja”.  El servicio de buses es como si fuese un colectivo pero en tamaño comprimido o una combi estirada, el espacio entre los asientos es tan pequeño que las piernas caben sólo inclinadas.  Hay una única puerta que se encuentra a mitad del bus en cuyos escalones viaja un señor que va indicando a los gritos el recorrido en cada parada y es quien se encarga de cobrar también el boleto, pero he visto incluso gente que sube por un par de cuadras y nadie le cobra.  El transporte público aquí en Lima es más parecido a un servicio a que un negocio.
He notado también que extrañamente, desde que estoy en Perú, no he hecho uso de los auriculares y llegué a la conclusión de que en Baires los uso para aislarme del mundo.  Acá, por más ruidos y sonidos que haya, me integro a ellos.  Me he acostumbrado también a los colores y sabores de Lima,  a sus kioscos en carritos ambulantes, a la Inca Kola, gaseosa dorada a base de una hierba peruana, la hierba Luisa, que es mucho más rica que la Coca Cola a quien ha destronado.  La gente la prefiere y la consume asiduamente, tanto es así que Coca Cola, al ver que no podía competir frente a este oro líquido, optó por adquirirla.  En mis primeros días en Perú tuve la necesidad de ingerir algo de carne, algo similar a lo que como en mi país, así que me fui a Burguer asumiendo que el sabor iba a ser el mismo en cualquier lugar del  planeta donde me encontrara, pero para mi sorpresa no fue así.  Las papas fritas no sabían a papa sino a un aceite fuertemente aromatizado que eclipsaba el sabor natural de las papas y la cubría del sabor al aceite.  En mi estadía en Lima he notado que las dos grandes cadenas de comidas rápidas no convocan la cantidad de gente que uno esperaría encontrar.  Pero por otro lado, he descubierto una cadena local llamada Bembos, que ha sabido imprimir sobre la comida rápida un gusto muy particular, el sabor peruano en su versión “fast food” e incluso ofrece versiones de sus hamburguesas para los turistas según gustos típicos de cada país: francesa, alemana, mexicana, criolla.  Ahí comencé a frecuentar el combo de pancho con papas fritas, una salchicha robusta sumamente gustosa con gusto real a carne y a chorizo por sólo 5 soles.  También he probado la hamburguesa, una carne condimentada con pimienta y comino y por las tardes frecuentaba un combo de capucchino y bizcochuelo caliente con pepas de chocolate.
Cuando decidí pasar mis vacaciones en la Ciudad de Los Reyes, la perla colonial sobre el Océano Pacífico, soñé con poder degustar todos los días pescado fresco en todas sus formas.  Supuse que teniendo el puerto y el océano tan cerca, iba a poder disfrutar de los sabores del mar, pero en vez de eso me encontré con la Ciudad de Los Pollos.  En Perú se consume mucho pollo, el pollo es como el arroz en china, parece ser el componente base de todos los platos y se lo consume, menos hervido, en todas sus formas.  Y aclaro “menos hervido” porque parece ser la única forma de cocción que no utilizan, que no frecuentan, es más, la mayoría de los platos son fritos.  Sin embargo, en mis caminos de Puno a Cusco y de Cusco a Lima, nunca vi criadero alguno.  Cuando pregunté al respecto me explicaron que los grandes criaderos de pollo se encuentran sobre la costa.


Mi compañero me ha hecho notar una diferencia importante entre la gente de menos recursos de Perú y de Argentina: en mi país la gente espera siempre la ayuda, el socorro y el auxilio del Estado, el plan trabajar, la jubilación, a asignación universal por hijo, el seguro de desempleo y la moneda que se espera que uno regale a cuanto se lo pidan por la calle.  Acá en Perú nadie pide una moneda porque sí ni espera la ayuda divina del Estado, acá la gente de menos recursos te vende lo que sea, una bolsita de pochoclos, una pulserita trenzada, un silbato con sonido a pajarito, una papa rellena de carne, zanahoria y morrón, una canción a modo de serenata, una acuarela con paisajes andinos, lo que sea que sepan o puedan, pero te venden algo.


De su mano he visitado lugares a los que sola no me atrevía a ir: la zona roja, el colectivo de la muerte, El Callao y he cruzado más allá del Río Rimac donde las casas coloniales, en manos de particulares de bajos recursos, se encuentran en su estado original, tomadas, adueñadas o apropiadas… del otro lado del Río Rimac, se vive otra historia, la Lima no turística, la Lima real de balcones desvencijados, de ropa tendida, de faroles rotos.  He visitado lugares secretos y privados y también he visitado lugares abiertos y públicos, lugares en los que se concentra la gente local para realizar sus paseos al aire libre, lugares de esparcimiento como el Parque de Marte, El Parque de la Exposición y he conocido el subte, un medio de transporte nuevo en esta ciudad.  He visitado el Museo de Arte Italiano donde hay óleos y pinturas de ese país y he conocido La Punta en El Callao donde hemos visitado El Real Felipe, una fortaleza construida en 1747 para defender a la ciudad de Lima de piratas y corsarios.   En esa fortaleza han estado, entre otros,  Roque Saenz Peña de quien yo desconocía su participación en la independencia del Perú, y el General Don José de San Martín, quien hizo picar los escudos españoles que lucían esculpidos en su fachada a fin de borrar la impronta española en ese fortín.


En Miraflores he transitado por la Calle de las Pizzas frente al Parque Kennedy, un espacio lleno de bares y boliches nocturnos que concentra la movida del lugar, y en el Centro Histórico he transitado entre puestitos ambulantes de techitos rojos que ofrecen uno junto al otro, los dulces típicos del Perú elaborados en el momento, sobre la costa del Río Rimac: pochoclos, picarones, chicha morada, arroz con leche, y otros que se dedican a manjares salados como el chicharrón y el anticucho.  Los supermercados de Lima me permitieron adquirir una fruta que en mi país es inaccesible por su precio: el caqui.  También, desde que estoy en Miraflores, y gracias a que el hostel no cuenta con espacio propio para ofrecer el desayuno, me otorgan un vale que me sirve para desayunar en el bar de la esquina, en unas mesitas con sombrillas amarillas sobre el Parque Kennedy.  La última semana en Lima se me ofrece con un desayuno abundante de café con leche, tostadas, manteca, mermelada y jugo de piña recién exprimido, todo un manjar energético.

Como broche de oro de mi visita a Perú, anoche he realizado un city tour en esos buses turísticos que llevan la parte alta al descubierto, el cual me ha llevado también a visitar el Circuito Mágico del Agua, un paseo entre fuentes de aguas danzantes, luces y sonidos, donde el espectáculo lo realizan fuertes chorros de agua que se lanzan al vacío desafiando la ley de gravedad.  Esta es y será, al menos por el momento, mi última imagen de Lima nocturna.


Pero lo más bello que tiene Lima según mi visión de habitante de la costa Atlántica de América, es que aquí se puede contemplar la puesta de sol.  Me es casi imposible estar en Lima y no acercarme a la costa a eso de las 17hs, cuando empieza a caer el sol para ver su ocaso.  Mucha gente se reúne con sus cámaras para ver este espectáculo, para inmortalizar este momento que cada día se muestra único e irrepetible.  Y dentro del amplio horizonte que ofrece el Océano Pacífico, el sol elige diariamente ocultarse detrás de las Islas Palomino, haciendo de su ocaso un espectáculo mágico.  La gente incluso lo aplaude… es un momento  muy emocionante que congrega a fotógrafos, familias, curiosos, turistas, románticos y a los vendedores que le dan a toda esa muchedumbre un tinte especial con sus frutas, con sus dulces, con sus artesanías.

Pero hoy, siendo mi último día, he decidido despedirme de un sabio compañero que me ha arrullado cada noche y a quien he contemplado con sumo respeto: el Océano Pacífico.  He decidido descender hacia Playa Balta por la Av. Diagonal que conduce al Malecón Balta.  Pero la playa no es de arena sino de cantos rodados traídos especialmente de Europa, es una playa artificialmente modificada.  ¿El motivo?  lo desconozco pero sí puedo hablar de las consecuencias: al ser el océano tan impetuoso en su costa, cada vez que se retira para tomar fuerza, el agua arrastra consigo las piedras más livianas y las olas vuelven sobre la costa cargadas de ellas, las cuales hacen chocar contra las rocas más grandes y estáticas.  De esta forma, el oleaje produce un vaivén de sonido, como que el sonido natural del oleaje se amplifica y puede sentirse a lo lejos e incluso a lo alto del acantilado de Lima.

 





 

Deseaba que una ola lamiera mis pies, deseaba sentir el océano acariciando mis pies.  Me descalcé, miré a mi alrededor y comprendí mi situación de turista.  La costa de Lima no es la costa Atlántica, no hay gente disfrutando de las olas sino que hay gente contemplando el oleaje.  Sin embargo, sólo algunos, los más osados, son los que se atreven a ofrendarle sus pies.  Miré a mi alrededor y enseguida noté que todos calzaban ojotas o sandalias, no había gente descalza salvo yo.  Y había una buena razón para esto: caminar sobre los cantos rodados es como caminar por una cama de clavos además de que uno puede resbalar y caer.  Notando esto decidí quedarme lo más lejos esperando que alguna ola se esforzara en alcanzarme.  Arremangué mi pantalón y esperé paciente.  No tardó mucho el océano en desplazarse eufóricamente hacia mí como un jolgorio, como si hubiese estado esperando mi presencia.  Pero no es el mar lamiendo la costa, sino el océano tomándola por asalto.  Así fue que la ola se trepó por la costa y me tomó por las rodillas.   De pronto me vi tambalear y con el pantalón mojado más allá de lo que había calculado.  El océano acarrea las rocas de la costa y la ola te apedrea cargada de municiones.  El espectáculo auditivo y visual es sencillamente único.


Lo más gracioso que me pasó en estos días en Miraflores sucedió en el hostel donde me hospedo, en una habitación con 4 camitas marineras.  Lo único que no me gusta de estas apuestas es ingresar al hostel justo cuando las camas bajas están ya ocupadas porque no me gusta dormir arriba, me muevo mucho cuando duermo y arriba me siento limitada, pero por suerte esta vez pude tomar una de las camas bajas, la otra estaba ocupada por una holandesa y las dos de arriba estaban libres.  La segunda noche volví al hostel tarde, la holandesa estaba durmiendo así que no encendí la luz de la habitación.  Vi dos mochilas nuevas sobre las camas altas pero sus dueños no estaban así que comencé a desvestirme con la tenue luz que se filtraba por los ventanales altos desde el pasillo.  La holandesa se despertó tal vez por el ruido, y en medio de la penumbra vi que me miró pero yo continué quitándome la ropa hasta quedar sólo en calzones para ponerme luego mi ropa de dormir.  A la mañana siguiente, con los rayos del sol filtrándose por la ventana, descubrí que la holandesa había partido la tarde anterior y quien me había visto ponerme en pelotas en penumbras había sido un alemán!!! Obviamente esa mañana nos reíamos juntos de la situación cuando le expliqué que en medio de la oscuridad lo confundí con la holandesa.  Así fue que terminé hospedada en una habitación junto a tres alemanes que en compensación a mi streep tees se paseaban delante de mis ojos en unos graciosísimos calzoncillos rayados como si fuera lo más normal del mundo, y lo era porque así son las habitaciones compartidas mixtas en los hostels.  Convivir con tres varones no fue nada complicado excepto porque tenían toda sus cosas esparcidas por el piso de la habitación.  Pero mis compañeros de cuarto fueron cambiando y conocí a un español que vino a Perú sólo por 14 días pero que la semana pasada había estado en La India, a un mexicano que sale durante las noches y duerme de día y a una alemana que hace un año que viene recorriendo Asia y América y con todos ellos retornó el orden a la habitación.


Mirando hacia atrás, no todo lo que esperaba salió como yo quería pero lo más importante, lo que se imprimió a fuego en mis sentimientos, sucedió como debía y voy a recordarlo para el resto de mi vida.  Hoy es mi último día en esta ciudad y en este país.  Debo retornar a la República Argentina, pero ya no soy la misma que partió hace tres semanas atrás, hoy vuelvo con un plan y con un objetivo claros.  Necesito volver para volver a partir, pero con la certeza de hacerlo esta vez en forma definitiva.


Hoy estoy cerca del Faro, cerca del Océano, cerca del Sol y cerca de un Compañero a quien quiero muchísimo.  Por el momento, mis horas en Lima están llegando a su fin, pero de la mejor manera, de una manera que se me antoja libre y feliz, y con la esperanza en lo más profundo de mi corazón de volver a Lima y volver a Él.-

***
DATOS
§  Fortaleza Real Felipe: la entrada cuesta 6 soles
§  Museo de Arte Italiano: la entrada con descuento para estudiante cuesta 2 soles

sábado, 16 de abril de 2011

PERU - CAP 14/15: Viviendo El Cusco – Parte IV

Cusco, Perú — sábado, 16 de abril de 2011

Tipón
Aprovechando que tenía el Boleto Turístico pago me fui a realizar el Circuito Valle Sur.  El tour se dirige primero a la llamada Capilla Sixtina de América, la cual ya había conocido en mi viaje anterior, las ruinas arqueológicas de Pikillaqta las cuales no tienen nada de asombroso, para finalmente terminar el recorrido pasando por Tipón, este era el objetivo de mi tour.  Tipón es un gran ambiente abierto de amplias terrazas rectangulares surcado por fuentes de aguas y cascadas que generan en el ambiente una relajante fuente de sonido. 
En el camino de regreso a El Cusco, paramos en dos pueblos que se especializan en dos tipos de comida diferente: panes tamaño pizza y pellejo de cerdo frito.  El pan resultó ser sano como todo pan pero pellejo frito y seco, que queda como si fuese una galleta aireada, resultó ser grasa pura.  También por el camino tuve la oportunidad de ver en las zonas más carenciadas una propaganda política que decía “10 panes, 1 sol“… me resultó muy triste ver que una campaña política se base en lo que debería ser el alimento básico de la población: el acceso al pan y a la leche.  Uno esperaría algo más abarcativo, más general como propuesta de campaña, se me ocurre por ejemplo un plan de educación nacional, un plan de financiación de pequeños emprendimientos, pero no que haya que votar a un gobernante que pueda garantizarte los diez centavos por cada pieza de pan, porque si es eso lo que hay que garantizar, entonces ¿qué queda del resto de la superestructura del país?
Cuando estuve de nuevo en la ciudad de El Cusco, y siendo la segunda vez en mi vida que la visito pero siendo la primera vez que sucede durante Semana Santa, pude ingresar a La Catedral la cual aún nocturna, estaba de puertas abiertas por la proximidad de La Pascua.  La particularidad de este recinto es que no se divisa el altar principal desde la entrada ya que al no tener primer piso, tiene el sector coral sobre la planta baja, ocupando la mitad inicial de la bóveda central, con lo cual, cuando uno ingresa, lo primero con lo que se encuentra es con un recinto de paredes y rejas que desafían la altura de las cúpulas y que en su interior albergan el sector coral.  Recién en la segunda mitad de la bóveda central hay algunos asientos mínimos.  Había mucha gente parada, como quien se detiene en medio de la calle a escuchar a escuchar una grata melodía y muchos niños corriendo y jugando entre la gente.  Desde mi percepción, es la catedral más bella que conozco.  Otra particularidad es que no tiene estatuas de santos sino únicamente óleos que retratan escenas sagradas enmarcados en elaboradísimos marcos de oro.  Incluso su altar no es convencional, es más bien un atrio improvisado con un gran cortinado de terciopelo rojo.  Me gustan su excentricidad, su finura y su disposición poco convencional.
Cusco, Perú — domingo, 17 de abril de 2011
Amaneció con una leve llovizna sobre la ciudad.  Es Domingo de Ramos.  Me alisté para salir a una calle fresca, nublada y aguada.  Caminé como todos los días hacia la Plaza de Armas por la Cuesta de San Blas y en la mismísima calle donde se encuentra la Piedra de los Doce Ángulos, encontré en el piso un prendedor con una parejita de coyas.  Estaba húmeda pero nueva, evidentemente la había perdido algún vendedor la noche anterior y había quedado posada en el suelo, como una joya brillante, delante de mis pasos.
Llegué a la Plaza de Armas y el espectáculo era completamente singular.  No eran las 9am y la plaza estaba repleta de gente yendo y viniendo, repleta de vendedores y de niños.  Las tres puertas dobles de la Catedral estaban abiertas de par en par y el aire eclesiástico salía de sus propios límites y se mezclaba con la plaza profana.  Los hombres estaban en su mayoría vestidos con trajes oscuros.  Los vendedores no ofrecían ramos de olivos sino hojas de palma trenzadas artesanamente en forma de cruces y de ramas con redondas hojas.


Esa mañana, aprovechando que era domingo, decidí hacer el tour al Valle Sagrado, el cual recorre unos 350 km en 10 horas.  En la primera parada que realiza el bus, en un mercado ubicado sobre el camino, encontré una Chacana Mágica hecha de Serpentina.  En realidad, en mi viaje anterior al Perú, me había comprado una Chacana Mágica de Serpentina con incrustaciones de plata, de unos 3 centímetros de diámetro, en el mercado de Aguas Calientes pero le pedí un imposible y siendo mágica pero no milagrosa, la Chacana se desprendió repentinamente de mi cuello para perderse entre las calles de Retiro en Buenos Aires.  Ahora tenía en mis manos una pequeña Chacana Mágica de Serpentina que no superaba el centímetro de diámetro y en cuyo corazón había capturada una semilla roja con una pinta negra llamada Huayruro.  Esta semilla, debido a que es venenosa pero muy llamativa -seductoramente mortal-, se utiliza desde los tiempos incaicos en joyería (y en caso de emergencia, “rompa la Chacana y coma la semilla”).  Tuve muchas Chacanas en mi mano durante todo este viaje, en cada uno de los mercados, en cada uno de los puestos, pero no todas son mágicas, no todas se hacen sentir, es algo que se siente o no se siente, es un poder con deseos de explotar hacia el universo encerrado en el puño, y esta efectivamente tenía fuerza mágica.  Compré una para mi y una para mi amiga.  Pendiendo de un cordón negro, lucía modesta ocultando su verdadero poder.
El siguiente destino son las ruinas arqueológicas de Pisac y siendo arqueóloga puedo afirmar no sólo que son muy bellas sino que además están tristemente descuidadas… las ruinas están en ruinas, tapadas por los yuyos.  Y la solución no es muy compleja ni requiere de mucha inversión, simplemente hay que dejar en el sitio arqueológico un par de llamas sueltas, ellas se encargan no sólo de mantener el pasto corto sino que además sacan con sus dientes los platines que crecen entre los bloques de piedra de las construcciones, manteniéndolas de esta formas libres de raíces y vegetación y preservándolas del deterioro que las plantas producen con su crecimiento.  Este sitio arqueológico incaico corona la cima de una montaña en cuya base se encuentran el poblado actual de Pisac y su famoso mercado local.  Esta sería nuestra tercera parada donde nos llevarían a conocer un taller artesanal de platería.  Luego de esto nos dirigiríamos hacia el poblado de Urubamba donde tendría lugar nuestro almuerzo.   
En este viaje me ha tocado vivir algo que nunca antes había vivido: el tener que contar las monedas –literalmente- para poder comer, el tener que decidir entre las distintas alternativas de menús baratos y elegir el más barato de todos, aquel que me permitía ahorrar una moneda.  Las monedas peruanas son grandes y eso le genera a uno la ilusión óptica de haber ahorrado mucho dinero, además de que tienen denominaciones altas y que a diferencia de lo que ocurre en Argentina, en Perú el cambio no escasea sino que las monedas fluyen con gran caudal, con lo cual un manojo de monedas se convierte en un cofre de joyas.  Sorprendentemente no escuché en todo el viaje nadie que me hiciera problemas por el cambio frente a los billetes de denominación alta… es más, he llevado conmigo la costumbre de la incomodidad de no tener cambio para ofrecer cuando pagaba cosas de pequeños precios con billetes de alta denominación pero mis disculpas y mi sensación de culpa no tenían lugar allí, así que aprendí rápidamente a convivir con esta nueva oportunidad de pagar lo que sea con el billete que sea sin tener que preocuparme de que los dos valores sean cercanos entre sí.  Por eso, debo confesar,  he llegado incluso a sentirme culpable por “gastar tanto dinero” en un almuerzo como este donde sentí que lanzaba 20 soles al viento cuanto estaba acostumbrada a comer por menos de la mitad de ese precio.
El primer destino entrada la tarde es el sitio arqueológico Ollantaytambo, un lugar bellísimo escondido entre montañas.  Y si bien el complejo arqueológico está bastante bien conservado, he notado que las zonas que aún conservan revestimientos de arcilla originales no están delimitadas.  Al no estar protegidas, el público “cholulo” se mete para tomarse fotos con poses de  “modelo” sin respetar y sin cuidar los espacios: se paran, se meten, tocan, desarman, raspan, no respetan el sitio en absoluto.  Lamento mucho cuando la gente en lugares como estos se comporta como si estuviese en un shopping.  Es como si hubiese un neto deseo de explotación hoy y ahora de este sitio pero sin ningún deseo de preservación.  No puede ser que la gente, en el Templo del Sol, se pare o se siente sobre las rocas talladas.  No puede ser que nadie tome consciencia de que con las mochilas destruyen los pasadizos angostos.  Hay un guardia en el Templo del Sol que con un silbato le va indicando a la gente que no puede pararse sobre las piedras pero en ningún momento les prohíbe sentarse como si fuese un picnic.  Y la solución no es muy compleja ni requiere de mucha inversión: hace falta acordonar, poner un cordón entre balaustres y un cartelito de “prohibido ingresar” o “prohibido tocar” para evitar la destrucción.
El último destino en este rally andino es el poblado de Chincheros, una comunidad de tejedoras que realizan sus tejidos de telar en base a lanas teñidas con tintes naturales obtenidos de plantas e insectos.    El Valle Sagrado es uno de los paisajes más cautivantes del todo el Perú, sobre todo por su extraña combinación de paisaje de los Andes con pinos alóctonos.
Pero Cusco es maravillosa incluso en sus ocurrencias.  Por ejemplo, la regulación del consumo de agua no sólo determina que puedas o no bañarte sino que limita cualquier otro tipo de actividad que tenga al agua como elemento componente, pero después de tanto paisaje, tanta vida, tanto sol y tanta libertad, ya me había acostumbrado a la intermitencia hídrica y su carencia o posesión realmente poco me importaban.-
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DATOS
§  Boleto Turístico: lo pagué 130 soles y permite el ingreso a 16 sitios de interés turístico.  Hay varios puntos de venta pero yo particularmente lo compré en las Galerías Turísticas de Av. Sol y Mantas
§  Tour Valle Sur: lo pagué 20 soles y dura toda una mañana.
§  Tour Valle Sagrado: cuesta 25 soles sin almuerzo y 45 soles con almuerzo incluido, pero, en mi opinión, por el lugar al que me llevaron a almorzar, no valía la pena pagar ese precio.  Comí únicamente pasta y papas, hay también ensalada de lechuga, tomate y palta y de postre hay flan pero realmente eso no valía los 20 soles que me cobraron porque además del menú estrecho, no incluía la bebida.    Este tour conviene realizarlo martes, jueves o domingos que son los días en que está instalado en la plaza el mercado de Pisac.  Se recorren 350 km en 10 horas.

viernes, 15 de abril de 2011

PERU - CAP 13/15: DIA 4 – Choquequirao - la despedida

Choquequirao, Perú — viernes, 15 de abril de 2011
Sin ningún apuro por llegar a ningún lado, nos fuimos despertando de a uno.  Yo fui la primera.  Hacía frío y había mucha niebla, sin embargo me abrigué y salí de la carpa, me senté sobre una piedra, contemplé ese manto blanco que se posaba sobre todas las laderas de las montañas de la zona y llené mis pulmones de esa brisa fresca y verde.  No había nadie ni nada, la soledad era inmensa y la naturaleza se permeaba por los poros.
Desayunamos e iniciamos el último tramo del camino de regreso hacia Cachora.  Y ahí sí sentí que estaba poniendo en peligro mi vida y comprendí lo peligroso que había sido todo este viaje, incluyendo el tramo en camioneta de Cusco a Cachora.  Los conductores no respetan la doble línea amarilla y lamentablemente son caminos sinuosos donde reinan estas líneas.  Tampoco hay códigos para pasarse, nadie utiliza el guiño para avisar al de atrás que va a pasar al de adelante, el de adelante tampoco aminora, ni se corre a la derecha ni hace señas para indicarle al de atrás si puede o no pasarlo.  Perú en general es como muy informal y el tránsito no es la excepción, cada cual maneja a su gusto y antojo… cada cual maneja según sus propias reglas, incluso en la ciudad ante un semáforo en rojo los autos continúan circulando… y no hay nadie que penalice esta acción.  Algo similar ocurre también entre los peatones: he pedido “permiso” al caminar entre la gente y parece que nadie me entiende, nadie se corre ni un milímetro.
Pero volviendo a la montaña, comenzamos a caminar y siendo el mismo camino que habíamos realizado tres días atrás, ahora estaba modificado por numerosos derrumbes de tamaño considerable, uno tras otro, no sé cuántos habré atravesado pero ahí estaba la montaña posándose sobre el camino con sus rocas y su tierra.  Incluso había tramos del camino que sencillamente habían desaparecido o que la tierra se había marcado como una tajada de torta lista para desprenderse de la montaña.

La pendiente de la ladera es abrupta y cualquier caída conduce directamente al vacío.  Pero no sólo caminé entre derrumbes, entre rocas caídas sobre camino, caminé también SOBRE derrumbes que habían sepultado el camino y ahí sí sentí por primera vez en el viaje mucho miedo.  Pero también descubrí que con el correr de los años, haciendo esta actividad, perdí el vértigo y eso es un logro muy importante para mi porque significa una mayor confianza en mis pasos no sólo física sino emocionalmente.
Pero estos eran derrumbes que se habían tragado el camino y nosotros pasábamos sobre ellos, sobre ese cono de tierra y rocas inestables.  Cualquier movimiento, incluso un paso, podrían reactivarlo.  No miré hacia abajo salvo por el rabillo del ojo.  Uno de ellos era mayormente color oscuro y lo atravesamos por lo alto pero el segundo era mayormente color claro y lo atravesamos por una parte baja donde sólo cabía un pie a la vez.  Sólo vi por el rabillo de mi ojo izquierdo que el manto blanco continuaba hacia abajo como un abanico… y mi imprudencia fue llevar los bastones en la mano derecha donde estaba el sector superior del derrumbe, casi pegado a mi hombro derecho.  Sé que en dos oportunidades mis palos tocaron esas piedras pero por suerte nada se movió y puedo contarlo, sin embargo, recordar este momento, hace retornar el temor a mi cuerpo, me pregunto una y mil veces por qué no lo pensé mejor antes de atravesarlo, aún cuando no sucedió nada, siento que fui imprudente.
Llegado a cierto punto sobre la carretera marcado por una flecha en el piso armada con piedras blancas, el camino se convierte en un atajo, un sendero que se interna nuevamente entre la vegetación.  Este último trayecto, bastante más amigable, es el que conduce finalmente al pueblo de Cachora.

Mi apreciación final del viaje es la siguiente:
1. Es un camino empinado, alto, difícil aunque poco dificultoso pero muy peligroso
2. No es para hacerlo en época de lluvia ni de calor sino en época fría y seca
3. Siendo que el Camino del Inca con grado de dificultad “fácil” uno lo realiza en 4 días/3 noches, hacer Choquequirao con grado de dificultad “difícil” no debería hacerse en la misma cantidad de tiempo sino en un tiempo mayor
4. De hacerlo nuevamente, lo haría a mi ritmo, no con los tiempos a cumplir prefijados por un operador turístico que vende desde su escritorio sino siguiendo mis propios tiempos de aclimatación, utilizando para ello los campamentos disponibles a fin de avanzar de a tramos cortos
5. Avanzaría sólo en horas anteriores y posteriores al sol, por la madrugada y por la tarde, a fin de evitar el sol cercano al cenit
6.  Tener presente que con esta programación el trekk duró 3 días ya que se inició al mediodía del primer día y terminó la mañana del cuarto día y no 4 días / 3 noches como lo venden
7. Prestar atención con la programación del segundo día ya que es una locura pretender descender media montaña y ascender una montaña entera de la base a la cima todo en un mismo día
8. Llevar provisiones suficientes de agua, si bien hay venta de bebidas en los campamentos, en el trayecto entre uno y otro el agua se evapora apenas entra al cuerpo y prácticamente no hay vertientes salvo una o dos en todo el camino, el río va por el fondo del valle, el camino por las laderas.  Yo he tomado unos 6 litros de agua durante la caminata de los 3 días, a razón de 2 litros por día.
9. He visto que en los campamentos hay venta de bebidas gaseosas, aguas, energizantes e incluso cerveza, pero no he visto provisión de alimentos salvo por un par de paquetes de galletas.  Tampoco he visto alquiler de carpas ni de equipo de montaña, los campamentos no son campamentos oficialmente montados sino que es la misma gente de la zona que tiene armados campamentos de campaña que se van adaptando a las necesidades de los turistas, es pura hospitalidad e inventiva de la gente local dentro de  su hábitat cotidiano.
10. El camino está claramente señalado y se puede ir incluso sin guía pero yo no iría sin un arriero y unas mulas que cargaran el grueso de mi equipaje, sobre todo porque uno se ve en la obligación de transportar sí o sí la carpa, la bolsa de dormir y los alimentos para toda la jornada.
11. La mochila de mano debería llevar únicamente: agua, repelente para insectos, cámara de fotos y poncho para la lluvia.  Todo lo demás es peso extra… incluso viajaría únicamente acarreando una cantimplora con agua.
12. La bolsa de dormir que yo utilicé es la única que tengo y que es para 10 grados bajo cero.   Dada la diferencia de altitud entre los distintos campamentos, cuando uno duerme dentro del cañadón, como por ejemplo en Chiquiscca, hace un calor húmedo y tropical que hace que uno quiera dormir fuera de la bolsa de dormir, pero cuando uno acampa a mayor altura, se siente la influencia del viento y los nevados y entonces uno busca meterse en la bolsa de dormir con abrigo extra, así de extrema es la temperatura.
13. Aún no logro descifrar si Choquequirao está todavía en mi lista de pendientes o es que simplemente no tenía que llegar y la montaña me perdonó…

jueves, 14 de abril de 2011

PERU - CAP 12/15: DIA 3 – Choquequirao - el gran escape

Choquequirao, Perú — jueves, 14 de abril de 2011

En algún momento me dormí y de pronto un sonido similar al que había escuchado durante la tarde me despertó.  Venía justo del lado derecho, del lado donde estaban el árbol inclinado y la piedra.  Abrí los ojos como una lechuza.  Aparentemente, por el ruido, eran  un par de piedritas y tierra.  Me senté de golpe y me quedé escuchando con atención en medio de la oscuridad.  Nuevamente el mismo sonido.  Pasaron unos minutos de calma y decidí retomar mi sueño hasta que un nuevo sonido me despertó, pero ahora sí eran piedras que según el sonido me parecía que eran tamaño mediano.  Esta vez el sonido provenía de mi lado izquierdo y a diferencia de los anteriores no se detenía sino que continuaba en cascada hacia abajo.


Yo no podía seguir durmiendo en una carpa porque no tenía noción de lo que estaba pasando ahí afuera, en medio de la oscuridad, no tenía tampoco noción de la distancia a la que se estaban produciendo estas fuentes de sonidos, así que desde la carpa llamé al cuidador a los gritos hasta despertarlo, le comenté de las caídas que él no había escuchado y le pedí me dejara pasar a su casa.  Me ofreció mitad de su cama donde cada uno durmió en su propia bolsa de dormir.  Estaba más tranquila ahí adentro pero sin embargo yo no lograba dormir en paz.  Rondaba por mi cabeza una idea sobre la que tenía que tomar una decisión.  ¿Pero cuál era la decisión más acertada?  Yo iba a ser la única persona descendiendo a las 6:00 am por ser la única persona que se encontraba en el campamento más bajo de la montaña.  ¿Qué hacer si me encontraba con uno de estos derrumbes?  ¿Y si algo me sucedía?  Tendría que esperar dos horas hasta que mi grupo pasara por el lugar para que me socorrieran.  Lo más lógico entonces era esperar ahí mismo, en el campamento, dos horas hasta la llegada de mi grupo y unirme a la bajada con ellos.  Eso era lo más lógico para cualquiera, lo más sensato para cualquiera.  Pero para mí eso implicaba meterme en el cañadón nuevamente a pleno sol y la ladera donde me encontraba la sentía peligrosa, amenazante, sentía que tenía que cruzar a la ladera de enfrente cuanto antes.  Mi sensación de peligro al quedarme paralizada en el lugar era mayor que mi sensación de miedo por moverme sola.  Tenía que salir cuanto antes de ahí.  Tenía que aprovechar la madrugada y ganarle al sol.
Me desperté a las 5am.  Todavía estaba oscuro como para partir.  Pensé que mi anfitrión iba a ofrecerme una taza con té de coca caliente pero en vez de eso tomó una taza, salió a orinar y desayunó su orín.  Tenía que irme cuanto antes de ahí.
Así, sin desayunar, alisté mis cosas, ajusté mis bastones y salí decidida a llegar a Chiquiscca sin volver atrás, sin mirar atrás, sin retroceder, sin amilanarme, “vos te metiste sola en esto, ahora tenés que salir de acá” me repetía una y mil veces en mi mente.
Empecé a hacer el recorrido de descenso intentando concentrarme sólo en escuchar el  sonido del río que todavía se oía distante.  En el camino habían aparecido pequeños derrumbes de tierra y piedras que el día anterior no estaban pero no era nada grave, así y todo, caminaba prestando atención a la ladera que quedaba por encima mío, a cada piedra colgante y buscaba en cada trecho del camino el mejor punto de refugio en caso de derrumbe, como quien busca la puerta de salida de emergencia.
Las veinte zetas cortas - Ladera Apurimac
Iba absolutamente concentrada, no podía haber margen de error, sin embargo en cuanto me distraía un poco, los pies me resbalaban sobre el pedregullo.  “Firme, firme, firme”  me repetía en voz baja para apoyar con firmeza mis bastones.  Iba midiendo  mi descenso en comparación con el camino de la ladera de enfrente e incluso me detuve un instante para tomarle una foto que incluía no sólo el camino de ascenso sino también el campamento de Chiquiscca a fin de poder utilizarlo a  modo de mapa.
En el primer tramo recto de la ladera de enfrente había un derrumbe en medio del cual habían abierto el camino, con lo cual quedaba medio derrumbe suspendido por encima del camino y medio derrumbe esparcido por debajo.  Era un punto peligroso queme tenía preocupada pero decidí no preocuparme todavía por él, no podía estar en una ladera preocupándome por la otra, necesitaba concentrarme en salir de donde estaba.  Sólo me preocuparía de este tema cuando llegara el momento de atravesarlo.  Me había propuesto no detenerme hasta salir de esa montaña, hasta cruzar hacia la ribera opuesta del río, hasta llegar al campamento de Playa Rosalina.
El Puente y Playa Rosalina
De pronto divisé entre la vegetación los techos verdes del campamento de Playa Rosalina en la ribera opuesta y unos metros después divisé el puente.  El río estaba cerca, el camino se acercaba ahora más al río, tenía que concentrarme más que nunca.  El río corría rápido y furioso haciendo tremendos saltos y remolinos.  Llegué a la base.  Me detuve de frente al puente.  Ajusté mis correas.   Tomé mis palos de trekk en la mano izquierda y caminé firme por el lado derecho del puente, intentando pisar siempre sobre la madera longitudinal.  El puente ondulaba longitudinalmente haciéndose eco de cada paso.  Caminé a paso firme mirando sólo un punto fijo al final de puente.  Mi mano derecha iba caminando sobre el enrejado.  Delante mío una madera transversal algo suelta.  La evité.  Continué sin dudar, sin detenerme, sin mirar a los lados, el río no existía en ese momento en mi mundo aunque corría caudaloso debajo de mis pies.  Sólo cuando llegué a la otra orilla me sentí a salvo, tomé mi cámara y fotografié al puente y al río que me habían dejado pasar.  No sé por qué, pero en esta ladera sí me sentía segura.

Me adentré en la montaña nuevamente.  Caminé unos metros más entre la vegetación y las piedras y encontré un par de gallinas y gansos, me sentí aliviada porque eso significaba también la presencia de humanos: había llegado al campamento de Playa Rosalina.  Me senté en el hall de una de las casillas con los plumíferos picoteando a mi alrededor a descansar y rehidratarme sólo unos diez minutos.  No parecía haber nadie ahí, sin embargo en un momento como de la nada apareció una chica que absolutamente cargada con el total de su mochila enfiló directo por el camino de ascenso hacia Chiquiscca, sin mirarme siquiera, como si no me hubiese visto  ¿o sí?.  Ni siquiera se sorprendió de mi presencia.  Tomé mis cosas y me apresuré para ir unos metros detrás de ella.  En el camino descubrí que tenía un par de compañeros más que todavía estaban alistando sus cosas para partir.  Si lograba mantener el mismo ritmo que ella, sus compañeros quedarían detrás mío y así iría acompañada en medio de una caravana mochilera.  Ella iba muchísimo más cargada que yo, llevaba una mochila grande y el aislante enrollado en lo alto de la misma.  Por la forma en que se apareció delante mío, así, de la nada y tomó el camino de ascenso, sin mirarme, sin sorprenderse, me pareció que no era real, era como una imagen mochilera que me guiaba en el camino… ella iba no sólo delante mío sino adelantada con respecto a sus propios compañeros, marcándome el camino, segura de sí misma y segura frente a la montaña.
Ella llevaba el total de su equipaje sobre su espalda.  Yo llevaba solo una mochila liviana, mi mochila grande había quedado en el campamento de Santa Rosa dentro de la carpa, cuando los arrieros pasaran por ahí durante su descenso, iban a retirarla, sin embargo, no sólo luego de unos metros la perdí de vista sino que comenzaron a pasarme también uno a uno sus propios compañeros.  Estaba nuevamente caminando en solitario.
Tenía que pasar por el derrumbe y a partir de ahí comenzaba el camino en forma de “Z” con un total de 20 rectas.  Decidí contar las rectas para saber cuánto faltaba para terminar de transitarlas.  El sol comenzaba a asomar entre las montañas, así que decidí enumerarlas según fueran pares o impares de la siguiente manera: “uno, a favor del sol”, “dos, en contra del sol”, “tres, a favor del sol” y lo iba repitiendo en voz baja para no perder la cuenta y para alentarme.  El sonido del río me acompañó hasta la última de mis rectas que no resultaron ser 20 sino “diecisiete, a favor del sol”… vaya uno a saber en qué momento perdí las tres rectas faltantes, pero eso ya no importaba, las había atravesado en menos de lo que pensaba.  A partir de ahí el camino ingresaba en la ceja de selva nuevamente, tan espesa que de pronto dejó de oírse el río y dejó de verse la ladera opuesta, el camino se internaba de golpe en la vegetación espesa.  Pero inmediatamente a dejar de oír el río, como si fuera un cambio en el sonido, comencé a escuchar un sonido nuevo: el ruido de pequeños hilos de agua escurriendo al costado del camino.  Miré hacia la cima de esa montaña y efectivamente venían cayendo pequeñas cascadas de agua desde lo más alto, eso significaba que debía haber llovido en la cima y ahora el agua de lluvia estaba escurriéndose por la ladera.  Tenía que encontrar el campamento lo más rápido posible.
Tomé mi cámara y miré la foto que había tomado horas antes desde la ladera de enfrente.  El campamento no podía estar muy lejos pero entre tanta vegetación tenía miedo de no verlo.  De pronto un cerco de maderas, un caballo y unas casas de madera.  Me acerqué, se parecía al campamento pero como si lo hubiesen abandonado de golpe.  No había nadie.  Evidentemente se parecía al que tenía en mi memoria pero no era.  ¿Estaba más adelante o ya lo había pasado?
Busqué huellas de pisadas frescas en el camino para saber si estaba en el camino correcto y efectivamente había huellas de zapatos de trekking.  Caminé unos metros más y divisé unas gallinas.  Jamás me sentí tan feliz en mi vida de ver gallinas porque significaba la presencia humana.  Unos pasos más y divisé unos caballos… unos árboles frutales… las casillas de cañas… HABIA LLEGADO AL CAMPAMENTO DE CHIQUISCCA!!!
Guanabana
Saludé a lo lejos a la familia que habita el lugar, para quienes el transitar de mochileros por sus instalaciones es completamente normal y me senté en un banco a recuperarme.  Lo había logrado.  Pero tenía la remera literalmente mojada y ahora que estaba quieta mi propia transpiración comenzaba a darme frío.  Así que me saqué la remera mojada y me puse la única prenda que tenía en mi mochila, un buzo de micropolar.  Puse la remera a secar al sol y caminé entre los árboles frutales buscando algo para comer.  Mi prueba de frutas peruanas me había dado algo de experiencia en el tema.  Había papaya, plátanos, paltas, guanabana, granadilla.  Tomé una granadilla y una papaya.  Pero como siempre, abrí la granadilla mal y me cayó todo el jugo sobre el buzo.  Recordé mis clases de ergología y los artefactos de los primeros homínidos, así fue que busqué una laja cortante y comencé a abrir la papaya pero estaba verde todavía.
De pronto descubrí un grupo de argentinos gritones en la zona de carpas que estaban discutiendo entre hacer mate o fideos.  Otros tantos se estaban bañando en unas duchas de agua fría al aire libre y se pedían a los gritos las toallas y el jabón.  Y no podía faltar la desubicada que se paseaba en ropas livianas delante de la familia local.  Hablé con uno de ellos mientras la familia local se fue a hacer tareas de molienda y eso me ayudó a pasar el tiempo y a sentirme mejor.
Una hora más tarde comenzaron a llegar uno a uno los integrantes de mi grupo.  Ese día almorzamos ahí todos juntos y luego continuamos el camino de ascenso hacia el Mirador de Capulloc a metros del cual hay una casa vacía, ahí íbamos a acampar.
El camino de ascenso lo comenzamos a las 12:30hs, a pleno rayo del sol, el calor era agobiante, no había sombra más que debajo de unos pequeños, abiertos y dispersos arbustos donde se podía recuperar un poco la temperatura pero no había forma de huir del sol.  Siempre que veo en Buenos Aires gente que sale a correr al mediodía a pleno rayo del sol, pienso que están locos, que están atentando en contra de su propia vida, que van a morir ahí mismo de un paro cardíaco y yo estaba haciendo algo más arriesgado todavía, estaba a más de 2000 metros sobre el nivel del mar subiendo una montaña sin posibilidad de sombra y reparo alguno.  Era como caminar a pleno sol por el desierto.  Me sudaba hasta la cabeza y las moscas y mosquitos custodiaban mi cara y se pegaban en la transpiración.

De pronto la zona de las 10 grandes rectas en forma de “Z”.  Ya estaba cayendo el sol, se sentía una brisa fresca pero cada recta se hacía interminable.  De pronto la última curva, desde donde deja de verse definitivamente el valle de Choquequirao.  Me detuve unos emotivos instantes para despedirme y agradecer a ese paisaje al que lentamente el sol atenuaba su luz.  Al final de la última "Z" el punto culmine: el Mirador de Capulloc y unos metros más allá el campamento ya estaba armado.




En esa zona sí había viento y hacía frío y pude disfrutar por fin de una temperatura agradable para mi cuerpo.  Merendamos con una cacerola de pochoclos calientes y cenamos a la luz de la luna rodeados de grandes picos nevados y debajo de un cielo bellamente estrellado en el hall de entrada de la casa que, a medio terminar, no tenía puertas ni ventanas.  De todos los campamentos que hice en mi vida, este fue el mejor.
La casa está justo sobre una curva en la montaña y a su lado teníamos armadas las 4 carpas, con lo cual el viento venía de todas partes.  Pero cuando estábamos alistándonos para dormir, salió como de la nada, ascendiendo de un salto de la ladera de abajo, una vaca completamente blanca, que estaba entre furiosa y curiosa por nuestra presencia.  Se paseó entre las carpas oliéndolas ruidosa, profusa e insistentemente.  Seguramente habíamos invadido su territorio y tuvimos que asustarla con piedras para que se alejara del lugar.  Con mi compañera peruana ajustamos las cuerdas de la carpa, repartimos el peso del equipaje entre las 4 esquinas de la misma, tomamos unos tragos de licor, nos abrigamos bien y nos fuimos a dormir en una noche tranquila y relajada, entre lluviosa y ventosa, pero maravillosa.  Porque estaba ahí, a pesar de todo, disfrutando de un momento que en mi vida se tornaría único.-