lunes, 20 de octubre de 1997

ARGENTINA - ENTRE LA MONTAÑA Y EL MAR - CAP 5/5: lagos y bosques


San Carlos de Bariloche, Argentina – lunes 20 de octubre de 1997


Había estado en Bariloche hacía varios años atrás con motivo del tradicional viaje de egresados al culminar los estudios secundarios.  Sin embargo, en aquella oportunidad, uno vive en una fiesta diaria y poco le importa conocer los recorridos que la agencia de viaje le propone.  Uno va la mayor parte del tiempo durmiendo, cantando o charlando y parece que todo paisaje es igual e insignificante.  Sin embargo, volver a pisar Bariloche era para mí una oportunidad de volver a redescubrirlo, entonces uno se pregunta “¿estuve acá?  ¿y cómo es que esto no lo ví?”.  Incluso ahora los paisajes empiezan a recuperar sus nombres.

Lago Perito Moreno
Nuestro hostel está ubicado en las afueras de la ciudad, a medio camino entre el centro y el Llao Llao.  Cae una llovizna gélida pero no copiosa, sin embargo decidimos tomar un colectivo de línea y acercarnos a la zona de este famoso hotel que se alza a dos aguas sobre las costas de los lagos Nahuel Huapi y Perito Moreno.  Es la primera vez que ingreso a un hotel de esta categoría.  Nos permitieron ingresar para recorrer y conocer la planta baja.  Una vez pasado el hall de entrada, un enorme salón como de dos pisos de alto, emerge desde el nivel inferior con alfombras, sillones y lámparas, donde algunas personas leen y descansan pero sin embargo, no se las escucha.  El salón está flanqueado por dos enormes hogares con chimeneas revestidas en piedra, que van del piso inferior al techo del piso superior.  Todo es piedra, luz tenue y madera.  El aire es cálido y acogedor.  La arquitectura es gigantesca y dá una impresión de solidez y magnificencia.  Recuerdo haber caminado por el pasillo lateral izquierdo, donde tenían lugar una serie lujos negocios.

Capilla San Eduardo
Por la noche hace mucho pero mucho frío.  La estufa está encendida pero la pequeña llamita está a punto de extinguirse y tirita de frío.  Tengo varias frazadas pero no logro entrar en calor.  El techo de la habitación tiene una claraboya cuadrada de vidrio y uno puede dormirse observando la Vía Láctea.  Al amanecer, con -7ºC (siete grados bajo cero) descubrimos que durante la noche había nevado en las montañas que se encuentran justo detrás del Llao Llao.  Nos acercamos a ver la zona y el paisaje es completamente diferente al del día anterior.

Hotel Llao Llao

San Carlos de Bariloche, Argentina – miércoles 22 de octubre de 1997

Por segunda vez en este viaje me dejo llevar hacia lo desconocido, pero esta vez, de la mano de dos suecos que me inician en la práctica del trekking.  No tenía realmente la menor idea ni de lo que era hacer trekking ni de dónde estaba, sólo sé que me dejé llevar por la experiencia del momento.  


Puerto Pañuelo
El destino es nuevamente Llao Llao, frente a Puerto Pañuelo.  Desde ahí se inicia un circuito cerrado de trekking básico entre bosques y lagos, llamado Circuito Chico.  Entre los puntos más destacados se encuentran el Lago Escondido y Bahía López. 





Lago Escondido
  


















Bahía López
Uno de mis compañeros de travesía tiene la extraña costumbre de agacharse a recoger cuanto papel y botella encuentra por el camino y colocarlos en una bolsa.  En ese momento me resultó altamente sorprendente su insistencia en limpiar el circuito y fue tanto lo que se plasmó en mi memoria, que en mis viajes posteriores, esa costumbre también la adopté yo.

Circuito Chico


San Carlos de Bariloche, Argentina – viernes 24 de octubre de 1997

En el hostel la vida transcurre como en la propia casa.  Algunos leen, otros escriben, escuchan música, miran películas, duermen, salen a caminar, cocinan, tocan guitarra, practican idiomas.  Todos hablamos con todos en todos los idiomas y nos ayudamos entre todos para entendernos.

Y he aquí la tercera costumbre que he observado (y luego adoptado) en los mochileros extranjeros muy atentamente: todos los días, cuando cae la tarde, en esos minutos antes de cenar, toman un cuaderno en el que escriben profusa y celosamente.  Me intriga la regularidad y la disciplina con que lo hacen.  En un principio trataría de obligarme a mi misma a imitarlos pero con los años le tomaría el gusto a esta maravillosa tarea de redactar un Diario de Viajes.

Con Francesco, el suizo-italiano, nos hicimos amigos.  Una noche me preparó un flan.  Por la mañana, el desayuno, luego la cena, vemos películas juntos, es un dulce total.  Posteriormente a este viaje, en el mes de diciembre, he recibido en Buenos Aires una postal suya desde Zürich con unas líneas muy tiernas.  Le respondí pero después de ese intercambio de cartas, nunca más volví a saber de él.-