miércoles, 28 de enero de 2009

BOLIVIA - EN BUSCA DEL MACHU - CAP 4/4: Huyendo de Uyuni

Salar de Uyuni, Bolivia — miércoles, 28 de enero de 2009


En Uyuni, se nos hizo carne la ley de Murphy "si algo puede salir mal, saldrá mal".

Teníamos planeado hacer un trekking de dos días (jueves y viernes) por el Salar de Uyuni, pernoctando en la ladera del volcán Tunupa y recorrer las lagunas del sur que quedan sobre la frontera con Chile, lagunas que en las fotos de revistas de viajes aparecen como paraísos con aguas de colores rodeadas de flamencos rosados: Laguna Verde y Laguna Colorada.  Pero nada de eso sucedió.
 

En Bolivia hay dos trenes principales: el Wara-Wara y el Expreso del Sur, ambos con frecuencias diferentes pero encriptadas para cualquier turista que quisiera conocerlas.  Ni a la ida ni a la vuelta nos fue posible tomar ninguno de los dos trenes.

Era miércoles 28 de enero.  El viernes por la noche necesitábamos tomar el tren hacia Villazón, para luego cruzar a pie hacia Argentina donde teníamos la salida de nuestro bus ya programada.  Era miércoles y necesitábamos comprar el pasaje del tren para el viernes pero nos indicaron que el pasaje de tren se compra sólo con un día de anticipación, o sea, el jueves... pero el jueves nosotras íbamos a estar en el trekking en medio del Salar ¿cómo íbamos a poder comprar ese pasaje no estando en la ciudad?  Nadie quiso entenderlo.  Sólo nos ofrecían una solución: vendernos un paquete de trekking de más días y más caro, el cual traía los boletos de tren incluidos.  Lo que yo sentí es que trataban de hacer dinero con unas mochileras... tratan de vendernos un paquete que no estaba a nuestro alcance ni de nuestros bolsillos ni de nuestras necesidades.


Nuestro plan cambió de inmediato.  Nuestro humor también.  Decidimos contratar una 4x4 que nos llevara a hacer un recorrido express por el Salar el día jueves, ida y vuelta en el mismo día, lo que nos iba a dar la oportunidad de tomarnos la mañana de ese mismo jueves para ir a comprar le pasaje de tren que necesitábamos para el viernes.  Las lagunas, sus flamencos y la noche en el volcán quedaron en el olvido.

  
La oficina ferroviaria abría a las 8am.  Sabíamos que había que hacer cola en la puerta para que nos entregaran un número para luego atendernos y decirnos que justo se habían quedado sin pasaje... al parecer este problema era un clásico... así que madrugamos, desayunamos a medias y salimos semidormidas y muertas de frío hacia la estación ferroviaria a encabezar la fila que se formaba a la sombra del edificio... cuando se hicieron las 8am, abrieron las puertas, éramos nosotras y un par de personas más... nos dieron el bendito número, nos hicieron sentar en una sala de espera y cuando finalmente llegó nuestro turno, nos dijeron que efectivamente no había pasajes para nosotras... el tiempo se acababa... a las nueve salía la 4x4 hacia el Salar... no había más tiempo para pelear ni para discutir ni para hacer una denuncia... así que sencillamente nos dimos por vencidas y nos fuimos a hacer la excursión que obviamente, por muy bonito que era el paisaje, ya tenía un trasfondo con sabor amargo.
 
La Isla del Pescado
De regreso a la ciudad, teníamos pendiente todavía conseguir el pasaje hacia Villazón... y además teníamos bronca, mucha bronca, porque éramos mochileras, ni siquiera mochileras europeas, éramos mochileras del país vecino, y sin embargo intentaban retenernos en esa ciudad para generarnos gastos que no teníamos en nuestros planes.  La sensación fue que todos estaban en un complot silencioso para mantenernos prisioneros y para hacernos gastar un dinero que no solo no teníamos sino que íbamos a tener que gastarlo sin sentido, sin desearlo.  En la ciudad de Uyuni ya no había nada para hacer, su único atractivo ya lo habíamos conocido, sin embargo, nos hacían quedar ahí por obligación, gastando en hospedaje y en comestibles solo porque si, porque a ellos se les ocurría.

Así como llegamos del Salar, armamos nuestros bolsos y los llevamos a la calle principal de la cual partían los micros.  Ahí descubrimos que los micros que salían hacia la frontera con Argentina "estaban por salir mañana", "estaban por salir dentro de un rato", "tal vez salían", "tal vez no" y definitivamente "ya no salían más".  Éramos unos 15 o 20 argentinos en la misma situación, con las mochilas apiladas en el mismo sector de la calle, acampando en la vereda, haciendo las mismas preguntas y obteniendo distintas respuestas furtivas.  Ahí estábamos todos, queriendo abandonar una ciudad que estaba empecinada en tenernos prisioneros. 


Intentamos todas las formas posibles de viajar, incluso retroceder hacia Potosí, intentamos rentar un micro entre todos pero cuando ya casi lo teníamos su dueño desistió, de pronto todas las compañías de micros habían retrasado sus salidas para el fin de semana... ya al borde de la rebelión, ya gritando y contestando de mala manera, nos ofrecieron otra opción: subirnos como polizontes al tren en marcha que pasaba a las 2 de la mañana!!!!!!!!!!!!!!!!!


Teníamos la determinación de no gastar un centavo más en esa ciudad y estábamos decididas a salir de ahí esa misma noche, de cualquier forma pero no a cualquier precio, así que llamamos al conductor que ese mismo día nos había llevado hasta el Salar: él y un familiar iban a trasladarnos en sus vehículos durante la noche.  El precio de semejante servicio resultó excesivo para varios de los viajeros, los cuales debieron desistir y entregarse a los caprichos de Uyuni.  Finalmente, nosotras tres junto a otras tres personas, pudimos alquilar el vehículo que nos sacaría de esa prisión.


Eran las 22hs cuando el conductor, fresquito y recién bañado, estaba listo para partir.  Al principio fue una aventura emocionante pero poco a poco el camino de cornisa y de ripio que se abría paso en la oscuridad de la noche frente a las únicas luces de nuestra camioneta nos hizo temer por nuestra seguridad.  ¿Donde estábamos?  No lo sabíamos.  La oscuridad era total.  No había ruta, solo un camino trazado en la montaña y el precipicio escoltándonos. 


Necesitábamos impedir que el conductor se durmiera, un volantazo mal dado y nos perderíamos en un abismo en el medio de la nada... ¿Cómo salir de ahí si algo nos sucedía? No había ningún otro vehículo.  Solo nosotros, la noche y la montaña.


Nos íbamos turnando el puesto de copiloto para ayudar al conductor con dos ojos extras, para advertirlo y para mantenerlo despierto.  Nos habíamos prometido impedirnos quedarnos dormidos.  No había señal de radio así que conectamos nuestros celulares a los parlantes de la camioneta y seleccionamos la música más movida para ir cantando y bailoteando en los asientos y las ventanillas bajas para que el frío de la noche nos congelara la cara con la expresión de los ojos bien abiertos.

 
Internamente tenía miedo, intentaba razonar, intentaba recordar algún consejo, intentaba formularme cuál sería la opinión de mis seres queridos de encontrarse en esa situación ¿qué habrían hecho?  ¿había sido correcta mi decisión?... y temía que sucediera lo que finalmente sucedió... una rueda pinchada en medio de la noche, en medio de la nada.  Descendimos del vehículo y nos amuchamos delante de las luces.  El trámite fue rápido, pero... ya no teníamos rueda de auxilio... había que pasar si o si por la gomería antes de seguir!!! Eran las 12 de la noche... y teníamos que desviarnos para entrar a un pueblo donde se suponía que había un señor que reparaba cubiertas de vehículos... pero para cuando llegamos, una hora más tarde, estaba dormido... El pueblo eran un par de casitas modestas entre calles de ripio iluminadas con uno o dos faroles en medio de la nada... golpeamos la puerta de un galpón improvisado con planchas de chapas acanaladas...  gritamos... aplaudimos... apedreamos una chapa y finalmente despertó. 

Con rueda de auxilio reparada y retrasados más de lo debido, el conductor tomó un camino alternativo a fin de sortear las subidas, bajadas y las curvas que ralentizaban nuestro camino y decidió por su propia cuenta y sin consultarnos, tomar una ruta recta.  Yo iba en ese momento de copiloto, prestando suma atención a una geografía en la que no se distinguía forma alguna... hasta que de pronto vi unas formas en el suelo que me parecieron familiares... unas formas meandriformes... e hice la pregunta que no quería mencionar "¿estamos yendo por el lecho de un río?" y la respuesta fue "sí".  Lo más terrible de todo era que no había forma de distinguir dónde terminaba el cielo nocturno, dónde comenzaba la montaña, dónde estaba el trazado del camino de tierra, dónde comenzaba el río, era todo una sola cosa que se tornaba entre rugosa y oscura pero que no tenía bordes definidos.  Si llegábamos a tener un accidente no había referencia alguna, ni marca, ni luz, ni camino.



De esa manera fue que llegamos a las 4am a intersectar unos micros que venían de Potosí y que hacían escala en un pueblo pequeño... nos detuvimos en un estacionamiento improvisado nuevamente en el medio de la nada donde los micros ya estaban a punto de partir, elegimos uno al azar, pedimos que nos abrieran la baulera del micro e hicimos directamente el traspaso de nuestras mochilas desde el techo de la 4x4 arrojándolas al interior del micro.

Habiendo podido recién pegar un ojo, ya en medio de la ruta, los gendarmes nos detienen, nos hacen bajar y formar dos filas, una de mujeres y otra de hombres, suben al micro, lo revisan, abren las bauleras, sacan todo el equipaje, lo apilan en el piso y nos lo hacen abrir frente a sus ojos...


¿Furia o aventura?... La conclusión de nuestra estadía en Uyuni, queda a gusto del consumidor.-