viernes, 17 de octubre de 1997

ARGENTINA - ENTRE LA MONTAÑA Y EL MAR - CAP 3/5: Sobre antiguos rieles

La descripción de Esquel fue escrita en la parte posterior de la propaganda de un hostel de El Chaltén.  La imagen de la cabaña nevada me cautivaría de tal manera que siete años más tarde iría a conocerla en persona. 

Esquel, Argentina – viernes 17 de octubre de 1997

Salgo en micro hacia Esquel.  El camino es ahora hacia el oeste, desde el mar, tierra adentro, hacia la montaña.  Paramos para almorzar en un pueblo totalmente aislado del mundo, en medio de las montañas: Paso de Indios.  El camino es bonito.  Llegamos a Esquel cerca de las 16hs.  La ciudad consiste en casitas de techo acanalado plateado, pinos y árboles de florcitas blancas que simulan copitos de nieve.  Mi mochila me pesa.  Busco un hotel y recorro la ciudad más fácilmente.

Esquel, Argentina – sábado 18 de octubre de 1997

Hay tramos en los viajes en los que los datos inevitablemente se pierden y este es uno de esos momentos.  Según mi diario, este sábado visité el famoso tren de trocha angosta llamado La Trochita, sin embargo no hay más datos al respecto.  ¿La razón?  Antes de salir de Madryn hacia Esquel, había cambiado el rollo de mi cámara.  Las fotos de ese rollo incluían la visita a Gaiman, Trelew, Esquel y La Trochita, sin embargo, cuando estabamos ya en camino de regreso, la cámara extrañamente sobrepasó la toma número 36 y la 37 y la 38… así fue que descubrí sobre la misma Trochita, que el rollo nunca había girado y que había estado tomando fotos en falso.  Mi enojo esa tarde fue suficiente como para no querer escribir una sola palabra más.  

Tengo muy pocos recuerdos al respecto pero creo que el principal tiene que ver con la particularidad de que el tren tiene, por calefacción en cada vagón, una caldera alimentada a leña por los mismos pasajeros.  Recuerdo haber alimentado esa salamandra con leñas que estaban guardadas en un viejo baúl de madera ubicado en el piso junto a ella.  Es lo que más me quedó grabado porque recuerdo haber disfrutado muchísimo de ese rasgo tan particular, sin embargo la única anotación extra en mi diario dice “me congelé”.  También recuerdo el interior de esos vagones, pelados de toda posible decoración, con pisos, paredes y asientos completamente confeccionados en madera pintada de color verde agua.  Y no le hace falta nada más, la expresión máxima de su sencillez lo transforma sin embargo en un tren legendario.  También recuerdo haber hecho gran parte del viaje en el último vagón, donde en su parte posterior, había una especie de balcón panorámico al aire libre desde donde uno podía contemplar la inmensidad del paisaje.

El servicio turístico llega sólo hasta la primera estación en lo alto de la montaña: Nahuel Pan, un pequeño pueblo ferroviario abandonado, de casitas dispersas en la inmensidad de una planicie fría y abierta, libre de vegetación.  El sol pega fuerte, su resplandor enceguece pero apenas calienta.  Las casitas rectangulares, no son muchas, tal vez no superen la docena y están construidas con un mismo estilo homogéneo: paredes hechas de gruesos durmientes y techos rojos acanalados.  Recuerdo haber ingresado a una de ellas y haberme acercado a tomar una foto del paisaje exterior que se veía por la ventana desde el interior de una habitación en penumbras.

Esto es todo lo que puedo recordar de ese día, todo lo que quedó grabando en mi memoria sensitiva y en mi alma, pero además de eso tengo un recuerdo material que vale oro: el ticket de viaje.-


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