lunes, 18 de abril de 2011

PERU - CAP 15/15: Lima y Él

Lima, Perú — lunes, 18 de abril de 2011

"Déjame que te cuente limeño,
déjame que te diga la gloria, 
del ensueño que evoca la memoria
del viejo puente, del río y la alameda.

Déjame que te cuente limeño,
ahora que aún perfuma el recuerdo,
ahora que aún se mece en un sueño
el viejo puente, el río y la alameda."


La Flor de la Canela - Vals Peruano - Chabuca Granda

Uno se vuelve fácilmente adicto al azúcar rubio del Perú, a su té con aroma a especias y a su manjar blanco, un dulce de leche color té con leche.   También uno se acostumbra a saber que camina sobre una zona sísmica.  Recuerdo mi primer día en Lima, cuando llegué al hostel, el cartel verde con una gran “S” indicando “zona segura en caso de sismo” me intimidó.  Unas horas más tarde volví a verlo en pleno zoológico, en el Parque de las Leyendas, y me sentí como que estaba caminando sobre terreno minado… temí estar ahí, temí haber elegido esa ciudad como destino de mis vacaciones, una ciudad que marcaba a cada paso el espacio seguro para resguardarse en caso de sismos.  Tengo pavor a los sismos y sin embargo uno se acostumbra también a eso, a esa idea y a los carteles señalizando las vigas de la estructura de las construcciones y los espacios abiertos.

Después de 6 horas de espera en el aeropuerto de El Cusco, he regresado a Lima.  Pero Lima ya no es la misma porque yo ya no soy la misma mujer que hace dos semanas atrás transitaba anonadada por estas calles.  Esta vez puedo ver a Lima con otros ojos: con calma, con la sorpresa del dejarme llevar, del dejarme deslumbrar por aquel paisaje colonial que me espera detrás de cada esquina, por un farol que luce tímido, por un balcón de celosía.
También es otra mi manera de encarar esta semana, es una semana que no tengo planes de nada, más que compartir mi tiempo libre con él.  Sólo dejarme llevar, a la deriva, a nuevos lugares o al mismo lugar de siempre, pero caminando a su lado.  Mi primer semana en Lima era muy estructurada, era una carrera contra el tiempo, necesitaba conocer y recorrer la ciudad y a eso le impregné un ritmo similar al que traía de Buenos Aires.  Paraba en un barrio lejos de todo y para movilizarme hacia cualquier parte necesitaba necesariamente tomar un taxi.  Así que para minimizar este gasto a sólo dos taxis por día, uno de ida y otro de vuelta, partía temprano en la mañana hacia algún museo (al cual llegaba incluso antes de que abriera sus puertas al público) con mi mochila cargada de víveres y provisiones para todo el resto del día.   Cuando terminaba mi visita, aprovechaba para ir al baño y me quedaba a almorzar en alguna plaza en los alrededores del museo y luego destinaba la tarde a conocer ese barrio.
Ahora es totalmente diferente.  Ya no tengo planes de museo alguno, ni hambre de conocimientos académicos, sólo tengo una conexión especial, desde el sentimiento, hacia Lima y hacia Él.  Tampoco necesito movilizarme en taxi por tres buenas razones: (1) porque ya no me queda dinero para hacerlo (2) porque esta vez me instalé en Miraflores, un distrito sumamente turístico, a unas 10 cuadras del Océano Pacífico, donde tengo todo lo que necesito y lo que no necesito a mi alcance (3) porque esta vez, conociendo ya las avenidas principales, puedo movilizarme en los buses locales.
Él, que es algo más que un simple amigo, tal vez un compañero de vida, me enseñó los tips básicos para movilizarme en bus: (1) uno paga por lo general un importe menor al que figura en la lista de precios y distancias (2) si te muestran la palma de la mano abierta cuando estás por subir, significa que pagás $0.50 (3) el pago del boleto no se realiza necesariamente al subir, sino en cualquier momento del viaje, incluso antes de bajar (4) para subir le pegás unos golpecitos en la carrocería (5) para bajar hay que gritar “baja, baja, baja”.  El servicio de buses es como si fuese un colectivo pero en tamaño comprimido o una combi estirada, el espacio entre los asientos es tan pequeño que las piernas caben sólo inclinadas.  Hay una única puerta que se encuentra a mitad del bus en cuyos escalones viaja un señor que va indicando a los gritos el recorrido en cada parada y es quien se encarga de cobrar también el boleto, pero he visto incluso gente que sube por un par de cuadras y nadie le cobra.  El transporte público aquí en Lima es más parecido a un servicio a que un negocio.
He notado también que extrañamente, desde que estoy en Perú, no he hecho uso de los auriculares y llegué a la conclusión de que en Baires los uso para aislarme del mundo.  Acá, por más ruidos y sonidos que haya, me integro a ellos.  Me he acostumbrado también a los colores y sabores de Lima,  a sus kioscos en carritos ambulantes, a la Inca Kola, gaseosa dorada a base de una hierba peruana, la hierba Luisa, que es mucho más rica que la Coca Cola a quien ha destronado.  La gente la prefiere y la consume asiduamente, tanto es así que Coca Cola, al ver que no podía competir frente a este oro líquido, optó por adquirirla.  En mis primeros días en Perú tuve la necesidad de ingerir algo de carne, algo similar a lo que como en mi país, así que me fui a Burguer asumiendo que el sabor iba a ser el mismo en cualquier lugar del  planeta donde me encontrara, pero para mi sorpresa no fue así.  Las papas fritas no sabían a papa sino a un aceite fuertemente aromatizado que eclipsaba el sabor natural de las papas y la cubría del sabor al aceite.  En mi estadía en Lima he notado que las dos grandes cadenas de comidas rápidas no convocan la cantidad de gente que uno esperaría encontrar.  Pero por otro lado, he descubierto una cadena local llamada Bembos, que ha sabido imprimir sobre la comida rápida un gusto muy particular, el sabor peruano en su versión “fast food” e incluso ofrece versiones de sus hamburguesas para los turistas según gustos típicos de cada país: francesa, alemana, mexicana, criolla.  Ahí comencé a frecuentar el combo de pancho con papas fritas, una salchicha robusta sumamente gustosa con gusto real a carne y a chorizo por sólo 5 soles.  También he probado la hamburguesa, una carne condimentada con pimienta y comino y por las tardes frecuentaba un combo de capucchino y bizcochuelo caliente con pepas de chocolate.
Cuando decidí pasar mis vacaciones en la Ciudad de Los Reyes, la perla colonial sobre el Océano Pacífico, soñé con poder degustar todos los días pescado fresco en todas sus formas.  Supuse que teniendo el puerto y el océano tan cerca, iba a poder disfrutar de los sabores del mar, pero en vez de eso me encontré con la Ciudad de Los Pollos.  En Perú se consume mucho pollo, el pollo es como el arroz en china, parece ser el componente base de todos los platos y se lo consume, menos hervido, en todas sus formas.  Y aclaro “menos hervido” porque parece ser la única forma de cocción que no utilizan, que no frecuentan, es más, la mayoría de los platos son fritos.  Sin embargo, en mis caminos de Puno a Cusco y de Cusco a Lima, nunca vi criadero alguno.  Cuando pregunté al respecto me explicaron que los grandes criaderos de pollo se encuentran sobre la costa.


Mi compañero me ha hecho notar una diferencia importante entre la gente de menos recursos de Perú y de Argentina: en mi país la gente espera siempre la ayuda, el socorro y el auxilio del Estado, el plan trabajar, la jubilación, a asignación universal por hijo, el seguro de desempleo y la moneda que se espera que uno regale a cuanto se lo pidan por la calle.  Acá en Perú nadie pide una moneda porque sí ni espera la ayuda divina del Estado, acá la gente de menos recursos te vende lo que sea, una bolsita de pochoclos, una pulserita trenzada, un silbato con sonido a pajarito, una papa rellena de carne, zanahoria y morrón, una canción a modo de serenata, una acuarela con paisajes andinos, lo que sea que sepan o puedan, pero te venden algo.


De su mano he visitado lugares a los que sola no me atrevía a ir: la zona roja, el colectivo de la muerte, El Callao y he cruzado más allá del Río Rimac donde las casas coloniales, en manos de particulares de bajos recursos, se encuentran en su estado original, tomadas, adueñadas o apropiadas… del otro lado del Río Rimac, se vive otra historia, la Lima no turística, la Lima real de balcones desvencijados, de ropa tendida, de faroles rotos.  He visitado lugares secretos y privados y también he visitado lugares abiertos y públicos, lugares en los que se concentra la gente local para realizar sus paseos al aire libre, lugares de esparcimiento como el Parque de Marte, El Parque de la Exposición y he conocido el subte, un medio de transporte nuevo en esta ciudad.  He visitado el Museo de Arte Italiano donde hay óleos y pinturas de ese país y he conocido La Punta en El Callao donde hemos visitado El Real Felipe, una fortaleza construida en 1747 para defender a la ciudad de Lima de piratas y corsarios.   En esa fortaleza han estado, entre otros,  Roque Saenz Peña de quien yo desconocía su participación en la independencia del Perú, y el General Don José de San Martín, quien hizo picar los escudos españoles que lucían esculpidos en su fachada a fin de borrar la impronta española en ese fortín.


En Miraflores he transitado por la Calle de las Pizzas frente al Parque Kennedy, un espacio lleno de bares y boliches nocturnos que concentra la movida del lugar, y en el Centro Histórico he transitado entre puestitos ambulantes de techitos rojos que ofrecen uno junto al otro, los dulces típicos del Perú elaborados en el momento, sobre la costa del Río Rimac: pochoclos, picarones, chicha morada, arroz con leche, y otros que se dedican a manjares salados como el chicharrón y el anticucho.  Los supermercados de Lima me permitieron adquirir una fruta que en mi país es inaccesible por su precio: el caqui.  También, desde que estoy en Miraflores, y gracias a que el hostel no cuenta con espacio propio para ofrecer el desayuno, me otorgan un vale que me sirve para desayunar en el bar de la esquina, en unas mesitas con sombrillas amarillas sobre el Parque Kennedy.  La última semana en Lima se me ofrece con un desayuno abundante de café con leche, tostadas, manteca, mermelada y jugo de piña recién exprimido, todo un manjar energético.

Como broche de oro de mi visita a Perú, anoche he realizado un city tour en esos buses turísticos que llevan la parte alta al descubierto, el cual me ha llevado también a visitar el Circuito Mágico del Agua, un paseo entre fuentes de aguas danzantes, luces y sonidos, donde el espectáculo lo realizan fuertes chorros de agua que se lanzan al vacío desafiando la ley de gravedad.  Esta es y será, al menos por el momento, mi última imagen de Lima nocturna.


Pero lo más bello que tiene Lima según mi visión de habitante de la costa Atlántica de América, es que aquí se puede contemplar la puesta de sol.  Me es casi imposible estar en Lima y no acercarme a la costa a eso de las 17hs, cuando empieza a caer el sol para ver su ocaso.  Mucha gente se reúne con sus cámaras para ver este espectáculo, para inmortalizar este momento que cada día se muestra único e irrepetible.  Y dentro del amplio horizonte que ofrece el Océano Pacífico, el sol elige diariamente ocultarse detrás de las Islas Palomino, haciendo de su ocaso un espectáculo mágico.  La gente incluso lo aplaude… es un momento  muy emocionante que congrega a fotógrafos, familias, curiosos, turistas, románticos y a los vendedores que le dan a toda esa muchedumbre un tinte especial con sus frutas, con sus dulces, con sus artesanías.

Pero hoy, siendo mi último día, he decidido despedirme de un sabio compañero que me ha arrullado cada noche y a quien he contemplado con sumo respeto: el Océano Pacífico.  He decidido descender hacia Playa Balta por la Av. Diagonal que conduce al Malecón Balta.  Pero la playa no es de arena sino de cantos rodados traídos especialmente de Europa, es una playa artificialmente modificada.  ¿El motivo?  lo desconozco pero sí puedo hablar de las consecuencias: al ser el océano tan impetuoso en su costa, cada vez que se retira para tomar fuerza, el agua arrastra consigo las piedras más livianas y las olas vuelven sobre la costa cargadas de ellas, las cuales hacen chocar contra las rocas más grandes y estáticas.  De esta forma, el oleaje produce un vaivén de sonido, como que el sonido natural del oleaje se amplifica y puede sentirse a lo lejos e incluso a lo alto del acantilado de Lima.

 





 

Deseaba que una ola lamiera mis pies, deseaba sentir el océano acariciando mis pies.  Me descalcé, miré a mi alrededor y comprendí mi situación de turista.  La costa de Lima no es la costa Atlántica, no hay gente disfrutando de las olas sino que hay gente contemplando el oleaje.  Sin embargo, sólo algunos, los más osados, son los que se atreven a ofrendarle sus pies.  Miré a mi alrededor y enseguida noté que todos calzaban ojotas o sandalias, no había gente descalza salvo yo.  Y había una buena razón para esto: caminar sobre los cantos rodados es como caminar por una cama de clavos además de que uno puede resbalar y caer.  Notando esto decidí quedarme lo más lejos esperando que alguna ola se esforzara en alcanzarme.  Arremangué mi pantalón y esperé paciente.  No tardó mucho el océano en desplazarse eufóricamente hacia mí como un jolgorio, como si hubiese estado esperando mi presencia.  Pero no es el mar lamiendo la costa, sino el océano tomándola por asalto.  Así fue que la ola se trepó por la costa y me tomó por las rodillas.   De pronto me vi tambalear y con el pantalón mojado más allá de lo que había calculado.  El océano acarrea las rocas de la costa y la ola te apedrea cargada de municiones.  El espectáculo auditivo y visual es sencillamente único.


Lo más gracioso que me pasó en estos días en Miraflores sucedió en el hostel donde me hospedo, en una habitación con 4 camitas marineras.  Lo único que no me gusta de estas apuestas es ingresar al hostel justo cuando las camas bajas están ya ocupadas porque no me gusta dormir arriba, me muevo mucho cuando duermo y arriba me siento limitada, pero por suerte esta vez pude tomar una de las camas bajas, la otra estaba ocupada por una holandesa y las dos de arriba estaban libres.  La segunda noche volví al hostel tarde, la holandesa estaba durmiendo así que no encendí la luz de la habitación.  Vi dos mochilas nuevas sobre las camas altas pero sus dueños no estaban así que comencé a desvestirme con la tenue luz que se filtraba por los ventanales altos desde el pasillo.  La holandesa se despertó tal vez por el ruido, y en medio de la penumbra vi que me miró pero yo continué quitándome la ropa hasta quedar sólo en calzones para ponerme luego mi ropa de dormir.  A la mañana siguiente, con los rayos del sol filtrándose por la ventana, descubrí que la holandesa había partido la tarde anterior y quien me había visto ponerme en pelotas en penumbras había sido un alemán!!! Obviamente esa mañana nos reíamos juntos de la situación cuando le expliqué que en medio de la oscuridad lo confundí con la holandesa.  Así fue que terminé hospedada en una habitación junto a tres alemanes que en compensación a mi streep tees se paseaban delante de mis ojos en unos graciosísimos calzoncillos rayados como si fuera lo más normal del mundo, y lo era porque así son las habitaciones compartidas mixtas en los hostels.  Convivir con tres varones no fue nada complicado excepto porque tenían toda sus cosas esparcidas por el piso de la habitación.  Pero mis compañeros de cuarto fueron cambiando y conocí a un español que vino a Perú sólo por 14 días pero que la semana pasada había estado en La India, a un mexicano que sale durante las noches y duerme de día y a una alemana que hace un año que viene recorriendo Asia y América y con todos ellos retornó el orden a la habitación.


Mirando hacia atrás, no todo lo que esperaba salió como yo quería pero lo más importante, lo que se imprimió a fuego en mis sentimientos, sucedió como debía y voy a recordarlo para el resto de mi vida.  Hoy es mi último día en esta ciudad y en este país.  Debo retornar a la República Argentina, pero ya no soy la misma que partió hace tres semanas atrás, hoy vuelvo con un plan y con un objetivo claros.  Necesito volver para volver a partir, pero con la certeza de hacerlo esta vez en forma definitiva.


Hoy estoy cerca del Faro, cerca del Océano, cerca del Sol y cerca de un Compañero a quien quiero muchísimo.  Por el momento, mis horas en Lima están llegando a su fin, pero de la mejor manera, de una manera que se me antoja libre y feliz, y con la esperanza en lo más profundo de mi corazón de volver a Lima y volver a Él.-

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DATOS
§  Fortaleza Real Felipe: la entrada cuesta 6 soles
§  Museo de Arte Italiano: la entrada con descuento para estudiante cuesta 2 soles