lunes, 14 de enero de 2002

EGIPTO - CAP 1/13: Un viaje a lo profundo


Ámsterdam, Holanda – lunes 14 de enero de 2002
Holanda
Llegué al Viejo Mundo!!!  Estoy en Holanda, es maravilloso.  El viaje fue perfecto aunque tuvimos 3 hs de espera en el aeropuerto de San Pablo (Brasil) donde hicimos una ronda de mateada sentados en el piso.  Al llegar a Holanda, desde el aire, podían divisarse sus famosos molinos de viento.  El avión era enorme y muy estable, de todas formas las turbulencias son un lenguaje internacional.  Por el océano corriendo debajo de mis pies ni me preocupé.  La noche fue totalmente calma, con el avión a oscuras podían verse por la ventanilla miles de estrellas.  Con ese paisaje, descalza, tapada con una manta y escuchando a Sinatra (lo pasaban en el canal interno del avión), el viaje se me hizo relajante y placentero.  Acá hace mucho frío y está nublado así que hicimos rancho en un rincón de relax donde hay unos sillones inflados como pelotas donde uno queda literalmente hundido en curvaturas.  El aeropuerto es sumamente moderno y tranquilo.  En dos horas emprendemos la tercera y última etapa del viaje: avión destino El Cairo.

El Cairo, Egipto – miércoles 16 de enero de 2002


“El Nilo es el tiempo,

la arena es la materia,

y Egipto es la metáfora”

André Malraux


Ante todo les pido disculpas por las faltas de puntuación pero acá los teclados tienen agregadas las letras del alefato (el alfabeto árabe) en cursiva y en imprenta, además de tener varios símbolos mezclados, con lo que se me hace difícil escribir correctamente.
Quería contarles un par de cositas más sobre el aeropuerto de Holanda que me parecen interesantes: es tan grande que te dan un mapa para no perderte, es un shopping inmenso donde hasta hay un casino y las distancias son tan grandes que hay “pasillos mecánicos” (como nuestras escaleras mecánicas pero planas) para que uno pueda trasladarse más rápido.  Les cuento que también tuvimos demoras en la salida desde Holanda ya que el vuelo estaba sobrevendido así que nos ofrecieron pasar la noche en un buen hotel, con cena y desayuno, más 150 euros (unos 150 dólares) pero al ser 14 tardamos en decidirnos y nos ganaron de mano…  ¡Qué oferta!, ¿no?  Lo que pudimos ver desde el aeropuerto era una condensada masa de neblina sobre la ciudad, a tal punto que cuando íbamos llegando notamos que el avión descendía pero nos dimos cuenta que aterrizaba sólo unos milisegundos antes de que lo hiciera, cuando vimos el pavimento… nadie se había dado cuenta porque estábamos dentro de la niebla.
A pesar de todas las demoras, el último tramo fue el más emotivo e inquietante.  Fue impresionante cuando después de 28 horas de vuelo, llegando a El Cairo, el avión giró y pudimos ver la ciudad desde el aire… El Nilo se dibuja con luces, tomé fuertemente la mano de una compañera y tengo que confesar que se me llenaron los ojos de lágrimas.  La mitad de la gente que viajaba en ese avión eran chinos, según dicen, admiran mucho a los egipcios, y lo cierto es que se los ve por todo El Cairo.
Hoteles lujosos sobre el Nilo
Llegamos a las 5am, el aeropuerto parece un inmenso hospital porque tiene las paredes revestidas en azulejos blancos y verde agua.  El tramo desde el aeropuerto hasta el centro de la ciudad es impresionante, es una especie de “Las Vegas”, kilómetros y kilómetros de hoteles imponentes, altos, llenos de luces, bordeados de medianeras artísticamente iluminadas, lujosos, mezclados con palacetes árabes y enormes casonas inglesas, desembocando en el centro. 
El centro es una ciudad que amanece con neblina, de construcciones viejas y descuidadas, iluminadas con luz de tubo blanco frío y decorado con mezquitas.  La arquitectura mezcla columnas romanas, ojivas, estilos árabe e ingleses y religiones.  La primera impresión fue como sentirme en Retiro en invierno a las 3am.  
Entrada a nuestro hotel
Esa noche cuando llegamos, hacía (y hace) mucho frío, la neblina dispersaba la iluminación de mercurio de las calles desoladas, sólo se veían los militares montando guardia… un paisaje de terror, sólo nosotros circulábamos por las calles, eso fue shockeante y ni les cuento el shock del hotel porque jamás podrían imaginarse cómo es el lugar donde estamos parando, pero sólo fue cuestión de olvidar nuestras costumbres y readaptarnos.  Una sucursal del desierto yace acumulada en el suelo de la abandonada recepción del hotel donde unas viejas casetas postales de madera empotradas en la pared son el último vestigio de su época de esplendor.



Una sensación extraña me invadió en ese momento: sentí que me habían cortado el cordón umbilical con todo el mundo conocido, estaba en otra tierra totalmente ajena y extraña a la mía, estaba en otro mundo, como si me hubiesen succionado y me hubiesen depositado en otras coordenadas de tiempo y espacio, sentí que me habían cortado toda conexión con el mundo occidental y temí por ello. 

La habitación del hotel era fría y húmeda, con el techo tan alto que era imposible concentrar calor.  El frío me penetraba hasta los huesos pero igualmente logré dormirme.  Sabía que durante la noche las mezquitas llamaban a sus fieles a la oración sin embargo, su sonido expansivo y repentino en medio de la noche, en medio de la oscuridad, haciendo eco en toda la ciudad, me paralizó: estaba literalmente momificada en la cama, con los ojos abiertos de par en par en una oscuridad profundamente oscura, con el corazón a punto de escaparse de mi cuerpo.  Era una voz de ultratumba, un lamento, que sonaba al unísono desde todos los minaretes de la ciudad, emitido desde viejos megáfonos de sonido corroído, se acoplaba y se filtraban hasta las sábanas, la ciudad retumbaba su lamento, se hacía eco y rebotaba en todos los rincones de El Cairo.  

Mi primera vista del Nilo desde el balcón del hotel
Pero la mañana tuvo sus frutos, y en un amanecer suave y nublado, al abrir las puertas del balcón, pude observar por primera vez la quietud embriagante del Nilo, el bullicio de su ciudad y el tiempo depositado en su arquitectura.  Estaba viviendo una reliquia.
  
Ayer estuvimos en dos íconos obligados de esta ciudad: el Museo Egipcio de El Cairo ubicado sobre la Plaza El Tharir y el Khan el Jalili, un mercado de artesanias, perfumes y especias en medio de una multitud de gente, ubicado en pleno corazón de la ciudad vieja.









Nuestro primer encuentro impactante con la arqueología fue precisamente la visita a este museo.  Todos en el grupo tenemos favoritos, o mejor dicho, cada Faraón tiene un “Club de Fans”, todos nos especializábamos en algo o en alguien pero sólo a través de los libros, y de pronto, eso tomaba forma y estaba ahí, ante nuestras manos y ante nuestros ojos.  Entonces veías llorar a uno frente a tal estatua, a otro frente a tal relieve… Afloraban libremente los sentimientos más profundos de cada uno y esto nos permitió conocernos y unirnos más.  Aunque les parezca tonto llorábamos también al ver todo eso y recordar el esfuerzo que nos costó alcanzarlo.  Yo particularmente tuve ese día un encuentro silencioso con el cuerpo momificado de Ramsés II y también lloré.  A diferencia de las costumbres mortuorias occidentales actuales, donde el cuerpo del difunto se desintegra tanto física como visualmente (ya que uno no vuelve a ver a la persona nunca más), la momificación permite esa extraña sensación del encuentro a destiempo… “te soñé… soñaba conocerte… pero llegué 3000 de años más tarde… y sin embargo estás”.  Fue un día de muchas emociones, sin embargo el deslumbramiento no disminuye, todo te llena y te satura, es como un amor platónico, alguien a quien amás pero a quien en realidad nunca viste, es un continuo romance entre la historia y su lector.


 



Se me hace la hora de partir hacia las pirámides, cuando vuelva, les sigo contando.-


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