sábado, 12 de noviembre de 2011

CHILE - CAP 2/8: ¿Y dónde está el pasajero?

Buenos Aires, Argentina - sábado, 12 de noviembre de 2011

"Si algo puede salir mal, saldrá mal" dice la Ley de Murphy y mi día estuvo al borde del abismo.

Por alguna razón, desde que decidí hacer este viaje, sentí en paralelo las ganas de no hacerlo.  Creo que la razón profunda fue que me obligué a hacerlo.  Para quienes no me conocen personalmente, sólo les cuento que luego de estar dos años junto a un famoso Mochilero, éste partió hacia "otros rumbos".  Por eso fue que me propuse a mi misma hacer este viaje y paradójicamente por ese mismo motivo deseaba no hacerlo: sentía que necesitaba quedarme a defender lo indefendible.  Pero en el fondo sabía que debía ponerme a salvo, debía viajar por una cuestión de salud mental. 

Así fue que me negué a hacer el check list de las cosas que iba guardando en mi mochila.  Por vez primera ignoro lo que traje y lo que olvidé.

Una segunda negación fue cuando llegó el transfer a buscarme a casa para llevarme al aeropuerto y yo estaba literalmente boludeando en internet.  Esto demoró mi salida y en el apuro agarré dos huevos duros, que por no tirarlos los había hervido para comer más tarde a la hora de la cena (que supuestamente iba a agarrarme en pleno aeropuerto) y como no tenía donde guardarlos, los metí en el apuro en un bolsillo de la mochila junto a dos sandwichs de queso fundido.

Pero la tercera negación fue la peor de todas.  Llegué al aeropuerto 3 horas antes del horario de embarque, despaché mi mochila y me fui a un café a disfrutar de un capuchino con una magdalena de limón.  En ese momento de transición, cuando uno estando en el aeropuerto comienza abandonar el yugo de la rutina y comienza a conectarse con el relax de las vacaciones, fue que descubrí que junto con la mochila había despachado también los dos huevos.

Me senté al aire libre, al sol, mientras preparaba un escrito de un trabajo de investigación.  Leí, escribí, redacté, cité, hablé por teléfono, hasta que para cuando me dí cuenta, la luz del sol había sido reemplazada por luz artificial.  Mi vuelo estaba a 45 minutos de despegar!!!

Metí las cosas de un saque en la mochila de mano, atravesé medio aeropuerto corriendo y sumamente desesperada me metí de prepo en la tranquila conversación que mantenían un encargado de seguridad (que no lograba descifrar mis signos de desesperación) y un pasajero.

-Mi vuelo está por salir, decime para dónde tengo que ir
-Déjeme ver...

Tomó mi ticket, lo miró con suma tranquilidad y me dijo
-Su vuelo ya está cerrado.
-Pero sale a las 21hs, no puede estar cerrado!!!
Giró la muñeca, miró su reloj y me respondió
-Pero mire qué hora es señorita, son las 20:15

Yo no lograba entender la lógica entre mi vuelo y su reloj... ¿Ya estaba carreteando?  ¿Ya habían cerrado la cápsula a la Luna?  Un estado total de desesperación y nerviosismo se apoderó de todo mi cuerpo.  Realmente debo reconocer que ignoré totalmente a la persona a la que estaban atendiendo cuando yo me planté con este problema pero era algo que en ese momento no me importaba, ser cortés significaba quedarme en tierra. Me encontraba en una posición de ruego y de súplica total donde ya nada me importaba, donde no tenía escrúpulo alguno.  No tenía en mente ninguna excusa creíble pero tenía en la manga el resultado de una realidad cercana: recordé la gastritis que me tuvo 5 días en cama gracias a la noticia de mi ex y le dije sin pudor alguno:
-es que estuve en el baño

Sentí que finalmente él se apiadaba de mi y de mi situación: estar perdiendo un avión por haber estado con descompostura de estómago era mucho más perdonable que la verdad.  Pero no podía estar perdiendo el avión de esa manera tan ridícula.  Le pedí una y otra vez por favor que me ayudara, que me indicara hacia dónde tenía que ir y me respondió que ya no había tiempo pero finalmente se puso de mi lado y me indicó que corriera escalera arriba.  Y corrí.  Subí la escalera mecánica en forma maratónica, pidiendo permiso cual ambulancia a las personas inmóviles e inmutables que se me cruzaban en el camino.

Llegué al primer piso.  A mi derecha, dos filas, me coloqué de una en la más corta.  Con media hora por delante, tenía tiempo suficiente para hacer todos los trámites.  La fila avanzó rápidamente.  La chica del mostrador me derivó al siguiente paso pero me indicó que si tenía algo por declarar, debía colocarme en otra segunda cola que salía del hall y daba la vuelta a un kiosquito.  Si no tenía nada para declarar, entonces debía ubicarme en una primera cola que aparentaba ser tan cortita que desde donde yo estaba, ni siquiera se veía.  No lo dudé, instintiva e instantáneamente respondí que no.  Pero... ¿realmente no tenía nada para declarar?  Y en ese momento, mientras corría de una cola a la otra, me invadió una pregunta casi retórica: ¿qué es lo que se declara?  Imaginé artefactos eléctricos y en un inventario mental sólo apareció mi máquina de fotos... recordé que para mi era una máquina nueva y entonces mientras seguía corriendo por el hall en dirección opuesta a la cola donde se declaraban los objetos, recordé que la máquina la había comprado para el viaje a Machu Picchu y eso fue... eso fue... exactamente en el 2009.  Para mí era nueva pero para el mercado ya era un modelo obsoleto así que finalmente concluí que no había nada para declarar.  Igualmente eso no importaba ahora, el avión estaba a punto de partir sin mi, lo cual era mucho más importante que lo que llevaba o no llevaba en la mochila.

Llego al segundo hall... la cola para pasar el equipaje de manos por la máquina de rayos X era mayor que la anterior pero avanzaba más rápido, así que aproveché esos instantes de espera para pseudodesvestirme mientras esperaba mi turno: el reloj, la cámara, la riñonera. 

Pasé por este control casi transparente y corrí hacia mi nueva posta, el tercer hall: migraciones.  La fila era inmensa y no avanzaba!!!  Yo estaba nerviosa y apurada y sentía que la gente se movía aletargada, tal vez era un efecto en cámara lenta, tal vez estaba en medio de una manifestación budista.  Ese era el fin de mi viaje.  Me quedaban tan sólo 15 minutos y ya estaba resignada a perder mi vuelo. 

De pronto escucho el llamado de una azafata preguntando si quedaban pasajeros de ese vuelo en la fila. 
-Siiiiiiiii!!!!!!!!!!!  Yooooooooooo!!! - grité agitando los brazos como si estuviera haciendo señales de S.O.S. a un avión en una isla en medio del océano.  Acto seguido le pregunté si me ayudaba y nuevamente recibí la respuesta negativa:

-Yo no puedo ayudarte, tenés que pedirle a los pasajeros que te dejen pasar.

Ahí mismo me armé de valor y sin vergüenza alguna, pasé por debajo de las cintas de los balustros y antes de colarme empecé a pedirle a toda la gente en forma desesperada que me dejaran pasar, que se me iba el avión, pero la gente no se inmutaba, no me veían ni me escuchaban a pesar de que estaba a los gritos en medio del pasillo agitando profusamente mis manos, hasta que un flaco que estaba en segundo lugar, me dijo:

-Dale, pasá, yo te dejo.
-¿Si?  ¿Me dejás?  Gracias!!!

Inmediatamente cambió el número de la ventanilla libre y corrí en esa dirección.  Por primera vez en mi vida me colé de una forma olímpica y evidente, sin que me importara absolutamente nada más que despegar.  Aquí hago un paréntesis para reivindicarme y pedirles disculpas a todas aquellas personas que en ese momento hacían la cola con sus tiempos perfectamente calculados.

Listo!  Ahora sólo quedaba llegar a la puerta de embarque pero ¿Cuál era la puerta de embarque?  Atravesé el Free Shop sin saber si estaba corriendo por los pasillos o entre las góndolas, sólo me ví en un laberinto de chocolates y perfumes, y por sobre mi cabeza, un sin fin de carteles que combinaban flechas y números de puertas como en un lenguaje extraño y simbólico que mi cabeza no lograba descifrar. 

Busqué un stand de informaciones pero encontré uno de venta de cueros.  Miré hacia ambos lados pero no lograba diferenciar lo que veía, era todo una mezcla heteróclita de carteles y colores.  Recordé los televisores donde van informando el estado de los vuelos y me acerqué corriendo al más próximo, pero nuevamente el sistema estaba un ritmo más lento que mi desesperación.  La actualización de datos en la pantalla parecía tardar un siglo.  Busqué la palabra "LAN", busqué "21hs", busqué la palabra "Chile", pero encontré TAM, Iberia, 21:05, 21:15, Londres, San Pablo, Lima!!!  La reputísima madre que lo parió!!! ¿Tenía que ver a Lima desafiando mis recuerdos desde la pantalla como si fuera un nombre tan inocente???  ¿Tenía que ver a Lima justo en ese momento y perder un milisegundo pensando en el mochilero que destruyó mi corazón???  Y de pronto, una propaganda!!! Sí, aunque no lo puedan creer, una propaganda en medio del estatus de vuelos. 

Corrí hacia otro televisor, estaba a minutos de perder el vuelo.  Finalmente lo veo: "puerta 6".  Estoy sobre la puerta 2, corro hacia mi derecha, llego a la puerta 5 y más allá, el abismo.  Vuelvo al laberinto del Free Shop, veo un nuevo desvío a mi izquierda y me meto.  Realmente no hice cálculo lógico alguno -al menos en forma consciente-, porque era tanta la desesperación que no lograba procesar lo que estaba viviendo. 

Finalmente "Puerta 6".  Nadie en la sala, sólo el chico que controlaba las tarjetas de embarque y yo.  Nadie en el pasillo que llevaba hacia el avión.  Cuando por fin puse un pie en el avión estuve más tranquila pero llegué agitada y desalineada. 
-No saben lo que corrí - le dije a la tripulación que me recibía en la puerta de entrada, pero por suerte ellos no estaban en mi misma sintonía y me recibieron con una sonrisa.

Si bien la mayoría de los pasajeros estaban ya en sus asientos, muchos estaban acomodando cosas, cambiando, sacando, poniendo, pasando de un lado al otro, así que mi llegada tarde se diluyó en el movimiento de la dinámica propia de un avión que está a cinco minutos de despegar.-

Post scríptum: el comentario de una amiga al leer este capítulo fue "se puede perder un hombre pero no se puede perder un avión".




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