

Recuerdo que cargábamos el auto con bolsones de colores y bolsones y más bolsones hasta el techo, comida, un termo y almohadas para dormir durante el viaje en el asiento trasero. Mi padre estudiaba meticulosamente cada viaje antes de partir. Compraba unos mapas estilo gigantografía de cada provincia y estudiaba ciudades y rutas para elegir el camino más atractivo, aunque no siempre era el más fácil, sobre todo para un auto viejo, familiar, sin aire acondicionado y urbano con tracción sólo en dos ruedas. "E pur si muove" (sin embargo se mueve) decía Galileo Galilei, y así llegué a conocer todo el norte de mi país.

Pero había algo de todo esto que me atraía. Dado que mi padre contaba con un tiempo limitado para realizar el viaje, gran parte del trayecto lo pasábamos recorriendo las provincias de ciudad en ciudad pero sin bajar del auto. La visión que tenía de todos los lugares que conocía pasaba delante de mis ojos como una película a velocidad acelerada. En el fondo, yo deseaba detenerme, poder subir aquella montaña, poder ver de cerca aquella formación rocosa, ingresar a esas ruinas. He llegado incluso a viajar en una camioneta, sentada en la caja trasera sobre un pallet de madera y no hace falta que continúe con la deducción lógica de lo que ello implica...
Así fue mi vida hasta que un buen día crecí y salí a volar sola, a descubrir el mundo, como mochilera, pero con rumbo sur. En la Patagonia, en la cercanía con los glaciares, mi cuerpo se sentía en sintonía con la naturaleza, en empatía.
En mis primeros viajes llevaba cuadernos, libretas, anotadores, agendas e iba anotando cosas, en ellas y en papelitos sueltos, pero que no tenían la consistencia y solidez de un diario de viajes sino que la redacción estaba mezclada con amores adolescentes y cuestiones del corazón. Creo que en un intento por retener en la memoria esos primeros pasos de mi independencia, anotaba absolutamente todo, fuera relevante o no.
Esos primeros viajes marcaban también mis primeros pasos en el descubrimiento de la otredad: eran la oportunidad para descubrir al otro, al europeo, sus costumbres y sus idiomas.
En mis primeros viajes llevaba cuadernos, libretas, anotadores, agendas e iba anotando cosas, en ellas y en papelitos sueltos, pero que no tenían la consistencia y solidez de un diario de viajes sino que la redacción estaba mezclada con amores adolescentes y cuestiones del corazón. Creo que en un intento por retener en la memoria esos primeros pasos de mi independencia, anotaba absolutamente todo, fuera relevante o no.
Esos primeros viajes marcaban también mis primeros pasos en el descubrimiento de la otredad: eran la oportunidad para descubrir al otro, al europeo, sus costumbres y sus idiomas.
En un principio, esas anotaciones, morían ahí. Algunas sobrevivieron al paso del tiempo, otras tantas no. Más adelante, cuando comencé a trabajar, escribía mails diarios a mis amigos y compañeros de trabajo. Algunos los imprimía, otros no, algunas casillas de mail sobrevivieron, otras no. Algunos rollos fotográficos funcionaron, otros no, pero hoy estoy convencida que todo, incluso los percances, forman parte de las memorias y anécdotas de un gran viaje.
Lo que vas a leer en este Diario de Viajes, es entonces un trabajo de recopilación de todo ese material que quedó suelto por mi vida: anotaciones, diarios, hojas, mails, mapas y baches temporales que hoy son imposibles de salvar salvo con alguna foto. Con el agregado obviamente, de los diarios propiamente dichos de mis viajes actuales.
La finalidad, es que puedas utilizar estos datos para armar tu propia aventura. Te invito entonces a puedas disfrutar de ellos, tanto como los disfruté yo.
Bienvenid@s!
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