Tengo la cara desfigurada por 26 picaduras de mosquito. Pero ¿qué fue lo que me motivó a partir hacia Choquequirao? Como bien dije al principio de este diario, lo que motivó mi curiosidad por esta ciudadela incaica fue, cuando estando en Cusco en el año 2009, un historiador argentino que resultó ser compañero mío de la facultad, me habló de ella. La ciudad gemela a Machu Picchu, La Cuna de Oro, yacía en un 70% todavía debajo de la vegetación.
El segundo móvil fue que hace un año atrás aproximadamente, mientras quemaba en mi casa unos inciensos incaicos traídos de Cusco, en un momento mi habitación se llenó de una niebla blanca y espesa. En ese momento me sentí en contacto con las divinidades incaicas y acudí a su ayuda divina a cambio de una promesa: que me ayudaran a encontrar el amor a cambio de dedicar mi vida como arqueóloga a estudiar Choquequirao. Pocos días después, conocí a un muchacho peruano con quien entablé una grata amistad, el hombre soñado parecía hacerse realidad. Y lo más impresionante del caso es que yo soy y vivo en Argentina… el encuentro era algo realmente mágico.
De esta manera surgió un tercer móvil: leí toda la literatura disponible y en base a ello armé un plan de excavación arqueológica en los andenes de cultivo para poder determinar porcentajes de plantaciones destinadas al consumo doméstico versus las plantaciones destinadas al uso ritual y poder estimar así la densidad poblacional que estos andenes podían sustentar. Así fue que se inició mi Camino a Choquequirao, para cumplir mi papel de arqueóloga y de mujer enamorada. Esta era la forma en que yo tenía planificado cumplir mi promesa, colocando todo este proyecto en mi tesis de licenciatura.
Tengo también picaduras menores en las manos. Tengo otras tantas en los brazos, en las piernas, en los hombros, en el cuello y unas tremendas ronchas a la altura de la cintura en la espalda, pero ya no me atrevo a contarlas. ¿Que si llevé repelente? Sí, claro, llevé dos: uno en crema y otro en aerosol, colocados uno encima del otro hasta intoxicarme con el olor, pero cada picadura es un pago con sangre por querer ingresar en este territorio.
DIA 1: Choquequirao, Perú — martes, 12 de abril de 2011
Apenas si pude avisar a los míos que partía la madrugada siguiente a la montaña. Me despedí rápidamente, vía telefónica, con muchos deseos de suerte y buenos augurios y me fui a dormir. Pero esa noche dormí mal toda la noche. Hacía varios días que dormía respirando por la boca por tener la nariz congestionada y esta noche no era la excepción, ni de la nariz, ni del frío invadiéndome de golpe todo el cuerpo.
Esa mañana me levanté realmente mal y ya desde la cama comencé a preguntarme: “¿Quién me mandó a meterme en esto?”. Estaba descompuesta del estómago, tenía tapadas las vías respiratorias, tanto que al sonarme la nariz me salían como coágulos de sangre y tenía los labios blancos. Incluso deseé que vinieran y me dijeran que se cancelaba la salida… fui al baño, me cambié, dejé todo listo y volví a acurrucarme en la cama, cerré los ojos y me adormecí hasta que golpearon a mi puerta, la hora de partida había llegado. Podía cancelar yo mi partida pero me di la oportunidad de intentarlo aunque más no fuera el primer día, ya que se suponía que el camino para ese día era todo en descenso. También pensé que juntándome con el resto del grupo, la emoción de la partida me ayudaría a disolver mi malestar.
Siendo un grupo de 5 integrantes salimos en camioneta desde Cusco hacia San Pedro de Cachora donde se inicia el trekking. El trayecto es de unas 3 horas por carretera asfaltada y sinuosa, sobre la que cada tanto había ocurrido algún derrumbe pero ya estaban las topadoras ahí mismo despejando el camino.
De pronto, un desvío hacia Cachora por camino de ripio, también con derrumbes pero en este caso se hacía camino al andar. Llegamos a Cachora, almorzamos y luego del almuerzo iniciamos el trekk.
A diferencia del Camino del Inca que tiene infinidad de escalones y piedras y que además es angosto, este camino es más ancho y se compone en gran parte de tierra con pedregullo. Durante el camino fue un segundo Nastisol.
Ese primer día pude sentir sólo los sonidos del río caudaloso y omnipresente escondido entre la vegetación, pero extrañamente no se oía trinar a los pájaros. El camino que teóricamente es “de bajada” se inicia con un ascenso leve pero continuado hasta un punto panorámico llamado Mirador de Capulloc. Ahí empecé a notar que mi condición física no me iba a acompañar.
Primeras diez zetas largas |